Por
Lucila Palacios
Antes de dar comienzo a mi disertación quiero
referirme al hecho de que el ciudadano Presidente de la República , señor Carlos
Andrés Pérez, ha creado un precedente al invitar por vez primera a la mujer
venezolana a ocupar la tribuna del Panteón Nacional.
En nombre de todas mis compañeras de lucha por la igualdad
social quiero expresar nuestro reconocimiento al señor Presidente por su
iniciativa, y en mi propio nombre le agradezco la deferencia con que me ha
honrado. Al mismo tiempo deseo expresar mi agradecimiento al
Dr. José Luis Salcedo Bastardo, Ministro de Estado, Asesor para Asuntos
Científicos, Tecnológicos y Culturales, por su valiosa colaboración. Hago llegar también mi palabra de gratitud al
Ministro de Relaciones Interiores, Dr. Octavio Lepage y a la Dirección de Protocolo
por las atenciones que me han dispensado.
"He amado a Venezuela, la he amado a veces
por sus desgracias, otras por la generosidad de su Naturaleza y siempre como a una madre irreemplazable. En su seno quiero dormir el sueño de la tierra. Es allí donde deseo que reposen mis
cenizas".
Así
dijo Teresa Carreño en un minuto de recogimiento, de encuentro consigo misma, de reflexión acerca de la vida del ser humano que tiene un límite.Su grito de
amor, su apasionada súplica, fue recogida. El 15 de febrero de 1938, en el
Cementerio General del Sur, se depositaron sus restos mortales. Todo parecía
concluido. Era ya una realidad la integración de Teresa con la madre tierra.
Mas
en el espíritu de los venezolanos, de los músicos, de los artistas en general, empezó
a germinar una aspiración. No bastaba conque la gran pianista hubiera llegado a
la tierra nativa. Era necesario llevarla hasta el sitio digno de su gloria. El
sitio en donde pudiera reposar en contacto con el polvo del suelo patrio y
alternar con los inmortales.
Las
puertas del Panteón Nacional empezaron a abrirse para recibirla. Había un lugar vacío destinado a ella. Más de treinta años dejaron caer su peso sobre
el país sin que se cumpliera esta aspiración. Durante ese lapso maduró la
conciencia de Venezuela. Rectificaciones de fondo se operaron tanto en la estructura
corporal de la patria como en el orden de sus principios ductores. Y como una consecuencia
de tal evolución le llegó el turno al 9 de diciembre de 1977. En este día, hoy,
un Gobierno que representa cabalmente el libre ejercicio de la soberanía
venezolana, está cumpliendo con orgullo el deber de honrar a una de sus más
ilustres compatriotas y un pueblo ratifica con su asentimiento el acto de
justicia.
Bajo
el dintel del austero recinto del Panteón, han pasado los héroes y los hombres de pensamiento. Ahora, en su espacio abierto, por donde también cruzara
Luisa Cáceres de Arismendi, se perfila la imagen de la mujer que se fue por el
mundo y lo llenó de acordes musicales y le hizo sentir la presencia de
Venezuela y la presencia caraqueña. Porque Teresa Carreño era una hija de
Caracas y llevaba en sí misma la pasión de la ciudad procera. En su casa, en el
hogar de Manuel Antonio Carreño y Clorinda García de Sena y Toro, la niña oyó
hablar de historia. Gesto y locura gloriosos de Andrea de Ledezma, aventura
apasionante de Francisco de Miranda, creación y andanzas de un Bolívar casi de
leyenda. Todo el pasado heroico, toda la pujanza de su tierra nativa, tambor y
guarura en el aborigen defensor de sus dominios, diana y clarín en los
ejércitos libertadores, forjaron la primera sinfonía que recogió su oído
musical. Mas el artista no se nutre únicamente con la historia. Se nutre
también con el paisaje. Y hasta ella bajaban los rumores del Ávila, crepitar de
los árboles, susurro del agua de sus quebradas, canto de los pájaros y esa voz
silenciada de un presunto volcán extinto que en la lucha por la independencia
hizo sentir en el pueblo su simbólica y violenta explosión. Y todos estos elementos
históricos, y todos estos elementos autóctonos quedaron fundidos en su espíritu
para siempre, y dieron forma a una personalidad de tan recio temple, tan avasalladora,
que ya no fue únicamente venezolana y caraqueña sino que llegó a ser universal.
Hay
que seguir paso a paso la trayectoria de Teresa, sus reacciones anímicas, su
sensibilidad artística, para poder formarse una idea cabal de tan
extraordinaria personalidad. Las nuevas generaciones apenas la conocen. Por
eso, al escribir o hablar sobre ella, es casi un deber el trazar sus rasgos
biográficos, el iniciar su estudio desde la infancia cuando ya daba muestras de
ser una criatura genial. Dicen que desde la cuna -y no es leyenda- la niña
seguía el ritmo de las canciones conque la adormecían. Manuel Antonio Carreño
fue su primer maestro de música. Y pronto se dio cuenta de las aptitudes de su
hija. La oyó improvisar y ejecutar algunas melodías que ejercían sobre los
oyentes una extraña fascinación. Llegó un momento en que él se sintió
incapacitado para seguir adelante en su función de preceptor. La alumna había
superado al maestro. Entonces piensa en recurrir a nuevos recursos para ampliar
la educación musical de Teresa, para ampliar el campo de su trayectoria futura.
En
esos días la familia se mueve entre dificultades económicas y azares políticos.
Carreño había sido Ministro de Relaciones Exteriores durante el ejercicio presidencial
de Manuel Felipe Tovar, y Ministro de Hacienda durante el gobierno de Pedro
Gual. Cuando este último fue derrocado se hizo un cerco de suspicacia, de intrigas,
de rencor, en torno a sus colaboradores. Manuel Antonio educador; músico, autor
de los "500 Ejercicios para Piano" destinado a los estudiantes de ese
instrumento, y quien ha escrito varias obras didácticas y un "Manual de
Urbanidad" para los jóvenes, a pesar de obra tan meritoria no puede
escapar de las presiones de su época. Estas circunstancias adversas plasman su
deseo de alejarse del país, precipitan su viaje. Con la ayuda económica de la
abuela materna de la niña, doña Gertrudis del Toro, en un día de julio, mes
caliente y de mar irritado, abandonan el puerto de La Guaira , y hacia New York se
encaminan los Carreño, hacia New York se encamina Teresa "con las manos
ausentes, diciendo siempre adiós, sonoras de turpiales, pegadas del teclado de
los mares, volando en el cordaje de los vientos" como lo dijera una vez
Andrés Eloy Blanco es este mismo recinto en el instante de la inhumación de los
restos de Pérez Bonalde. Hacia un destino desconocido se encamina la futura
"virtuosa" del piano.
Ella
había sido la niña-prodigio en su ciudad natal. Había tocado el piano e improvisado "delante de las visitas, los periodistas y los diplomáticos
amigos de su padre". Había aparecido en la primera página de los
periódicos caraqueños. Y esta popularidad despertó la inquietud del padre y
educador, siempre alerta y en defensa del talento de la hija y discípula. El
teme que el exceso de halago termine con el afán de superación de Teresa, que
su vocación se ahogue entre ditirambos y genuflexiones. En Nueva York las cosas
cambian. Allí no se proyecta el recuerdo de don Cayetano, precursor musical de
la familia. Allí no se siente la influencia social y artística de los Carreño.
El ambiente es duro, casi inflexible para los recién llegados, para los
desconocidos. Teresa tendrá que abrirse paso por sí misma, rodeada de caras
nuevas y adustas, de maestros que la estudian y analizan, cuyo fallo será
decisivo en los primeros días de su permanencia en tierra extraña.
El
fallo fue favorable. Apenas lleva cuatro meses en la república norteña y ya ofrece su primer concierto. El acto consagratorio tuvo lugar el 25 de noviembre
de 1862. Rodeada de una critica favorable, de la opinión pública y de los expertos
en la música, poco tiempo después actúa como solista con la Orquesta Filarmónica
de Boston. Se ha iniciado la carrera sin interrupción de una pianista siempre
en ascenso, cada vez con mayores posibilidades de éxito.
Tiene diez años y ya empieza a saborear la gloria. La Casa Blanca se
interesa.El
Presidente Lincoln logra oírla y se emociona visiblemente. Después sigue hacia Cuba y en la Habana despierta un interés indescriptible. Respaldada por una brillante aunque corta
trayectoria; bajo la tutela artística del padre, Teresa emprende un nuevo
viaje. Se aleja del nuevo continente rumbo a Europa, su gran escenario del
mañana.
A
medida que pasa el tiempo va creciendo la fama de la joven pianista venezolana.
Mas el éxito no envanece a la mujer excepcional. El hecho de ofrecer conciertos
en las principales ciudades de Europa en donde puede alternar con las más altas
figuras mundiales, le sirve de estímulo. Ella trata de perfeccionar sus
condiciones de pianista, la técnica adquirida, hasta lograr su propia técnica.
Llega a ser dueña de una gran fuerza en la ejecución, domina el teclado, lo
hace suyo, le arranca sonidos inesperados. A veces la crítica formula algunos
reparos, algunas observaciones, pero queda dominada por su genio. Sobre todo,
Teresa Carreño conquista al público con su temperamento apasionado, rebelde
casi, un temperamento moldeado en el crisol del trópico.
Durante el
lapso de su evolución como pianista la suerte le depara grandes sorpresas. Empiezan a surgir las contradicciones que han de envolver el resto
de su existencia. Si ella es una triunfadora en el piano, si se ha distinguido
como ejecutante, si logra impresionar al auditorio con sus brillantes
interpretaciones musicales, si ha obtenido el aprecio de Rubinstein y de
Rossini, si Franz Litz con una frase laudatoria la colocó a su mismo nivel, no
sucede lo mismo con su vida íntima, con su vida sentimental. Contrae matrimonio
con un afamado violinista, Emile Sauret, y la unión dura poco. Luego, subyugada
por la personalidad del cantante Giovanni Tapliapietra celebra sus nuevos
desposorios. Pero Tagliapietra es un hombre impulsivo dominante y pagado de sí
mismo y choca con el vigoroso temple de su esposa.
Mas tarde
Teresa llega de nuevo al matrimonio con Eugenio Francis Charles D'Albert.
Posiblemente éste fue el hombre que ejerció mayor influencia en la Carreño , en su formación
de concertista. El era un genial intérprete de los grandes maestros, Beethoven,
Litz y especialmente Juan Sebastián Bach. Mas a pesar de la afinidad artística,
el vinculo matrimonial quedó también deshecho. Por fin, con Arturo Tagliapietra,
Teresa logra la normalidad del hogar, compañerismo y amor hasta el día de la
muerte.
¿En
qué abismos psicológicos, en qué ambiente emocional se movía Teresa Carreño en esos períodos de su vida? ¿Trataba ella de ser el elemento dominante
en la intimidad familiar y en la música y la controversia surgía a causa de que
el marido quería ser el dominador de la mujer y de la artista? ¿Confundía ella
al hombre de carne y hueso con el instrumento de cuerdas de acero o por el
contrario él concedía mayor importancia al aspecto mecánico de la profesional
que a su condición humana? En Teresa la belleza fisica y espiritual y el arte
en su máxima expresión deben de haber forjado una alianza, defensiva del personaje
integral, coraza contra la cual se estrellaba el afán de predominio de la
personalidad masculina. Fueron pruebas muy duras, de dolor, de incertidumbre,
de angustia y desesperanza. Pero quizás tales pruebas contribuyeron a su éxito
definitivo, Fue en esas horas, cruciales de su vida cuando ella pudo probar la
fuerza de su voluntad. En esos momentos no sólo se hallaban en juego la
estabilidad y la dicha conyugales, sino también la trayectoria artística.
Teresa no abandonó jamás Ia lucha por su ideal. Dominó sus penas, les impuso su propio sello, tal como se lo había impuesto al piano. Y en esta
actitud decidida y valiente radica en parte su grandeza personal. Ella
comprendió el verdadero sentido de su vocación, de su proceso evolutivo musical,
y la importancia del mantenimiento, de la continuidad en la función que desempeñaba.
Tal vez pensó en los triunfadores, hombres o pueblos. Hizo su análisis.
Triunfan los tenaces, triunfan los perseverantes. Y se ciñó a su ejemplo y dio
ejemplo. Nada ni nadie logró arrancarla de su sitial frente al piano. Nada ni
nadie logró desviarla de la línea de conducta artística que se había trazado.
La profesión de Teresa la obligaba a viajar, a
cambiar de país y de ambiente.Era un
continuo peregrinaje a través del océano, bajo el cielo ¿Cuál de las dos inmensidades
correspondía mejor a su sensibilidad musical, a su romanticismo? El mar ya le
había mostrado su fiereza en aquel naufragio en donde estuvo a punto de perder
la vida, en el primer viaje, mientras se dirigía con sus padres a Norte América.
El cielo estaba lejos de su alcance de criatura mortal, de manos aladas sobre
el teclado. Mas los creyentes y los poetas han situado la mansión de los
espíritus celestes a grandes alturas, más allá del aire límpido, de la
atmósfera que rodea a los humanos. Y en esa mansión todo es armonía. Música de
alas, música de liras, música en la voz del querubín que se escapó temprano de
la tierra y fue a ocupar un sitio al lado del artífice de las galaxias
infinitas y su distribución armónica y su ritmo regular y eterno. Teresa
durante sus viajes debe haber dejado correr su fantasía en la perenne
contemplación de ese mar y ese cielo subyugantes, magníficos; debe de haberse
sumergido espiritualmente en su azul, en su inquietud, en su misterio, de donde
emanan esas fuerzas desconocidas que rodean al Creador y lo sumen en el éxtasis
o lo arrebatan en el vértigo. Y no pudo escapar del hechizo. Cae en el juego
envolvente de la creación. No es únicamente una pianista, es también una compositora.
Y si en la interpretación de los grandes maestros su ser se transforma en un tenso cordaje lírico, en
la producción musical, propia, todo cuanto lleva en sí misma de emocional, se
vuelca, se derrama. Es larga la enumeración de todos sus títulos con sus
influencias, sus matices, sus gradaciones emotivas. El "Cuarteto para
Cuerdas en Si Bemol" es considerado como el mejor fruto de su madurez. Los
expertos en composición creen encontrar reminiscencias de la patria lejana,
ritmos folklóricos venezolanos en "Bal en reve Opus 26". El "Himno a
Bolívar" es el estremecimiento de su fibra patriótica, el "Vals a Teresita" un latido de
su corazón de madre, el "Saludo a Caracas" un encuentro de amor con la familia y la
casa solariega contemplada a distancia en el curso de veinte y tres años.
A Caracas
volvió y su ciudad la recibió con alborozo. La pluma de Teresa Carreño es el
mejor testimonio del cálido recibimiento caraqueño. "Toda la ciudad salió
a recibirme, con una banda de música, discursos y todas las demostraciones de afecto
de mis conciudadanos" -comenta en una carta dirigida a su amiga Carolina Keating
Reed- Mas no quiere entrar en detalles por temor a que se confunda su alegría
con un gesto de vanidad. A pesar de sus escrúpulos, a lo largo de la misiva confidencial
confiesa: "Mi entrada a la ciudad fue de tal regocijo general que las calles
por donde pasaba mi carruaje, desde la estación hasta la casa, estaban llenas con
una multitud que me aclamaba y ondeaba sus sombreros y pañuelos como si yo fuera
una reina que entrara a su ciudad. Puesto que las ovaciones, flores, discursos,
serenatas, condecoraciones, medallas y en fin toda clase de demostraciones
agradables y honoríficas recaían sobre mí, me he sentido durante todo el tiempo
como si no mereciera nada de esto y fueran pocos mis méritos en comparación a
los honores que recibía. El Gobierno me concedió el "Busto del
Libertador" el más alto honor que se concede a alguien". Y dando
rienda suelta a su expansión, continúa: "Lo que más me conmovió fue una bella medalla de oro que la prensa de Caracas me entregó con un pergamino que contenía tantas alabanzas que a duras penas me reconocí
en ellas después de haberlas leído".
Guzmán
Blanco había retornado al poder. Deslumbrado por el brillo de su compatriota la autoriza para regresar a Europa y contratar una Compañía formada
por cantantes de renombre, a fin de presentarla en el Teatro Municipal. Teresa
Carreño se dispone a hacer efectiva la disposición presidencial pero no tiene
suerte en su gestión. Debido a la proximidad del invierno los más afamados
cantantes europeos ya estaban comprometidos para la temporada invernal y ella
tuvo que conformarse con un grupo mediocre. En Venezuela la Compañía de Opera no
gustó. Caracas era muy exigente en materia de canto y música y rechazó al
elenco operístico.
Los opositores del gobierno aprovecharon estas circunstancias y empezaron a moverse en la sombra. El escándalo se produjo. Al parecer, la maniobra estaba dirigida contra Guzmán. Pero envolvió a Teresa. Las figuras célebres están expuestas a las reacciones de los pueblos. Casi nunca se les contempla desde un ángulo imparcial. Se les endiosa o se le denigra.
Los opositores del gobierno aprovecharon estas circunstancias y empezaron a moverse en la sombra. El escándalo se produjo. Al parecer, la maniobra estaba dirigida contra Guzmán. Pero envolvió a Teresa. Las figuras célebres están expuestas a las reacciones de los pueblos. Casi nunca se les contempla desde un ángulo imparcial. Se les endiosa o se le denigra.
En este último caso, la crítica acerba tiende a deformar la personalidad.
Rodeada de una atmósfera agresiva Teresa se sintió en peligro: su reputación
artística podría ser destruida. Y en tal emergencia se muestra de cuerpo
entero, en la plenitud de su energía. Adopta una actitud resuelta: asume todas
las responsabilidades. La noche en que el teatro es abandonado por el Director
de Orquesta toma la batuta por primera vez en su vida y dirige magistralmente
"La Favorita "
y "La Sonámbula ".
Aquel
gesto de un valor casi rayano en la temeridad, aquel desafío a unos
contrincantes poderosos, unido a su porte de reina, a un nombre artístico
limpiamente ganado, hicieron su efecto. La crisis fue conjurada pero ya el
fracaso había tenido lugar y no se podía reparar el daño. No obstante, ella
cumple sus compromisos, cubre el resto del programa y sale de su país con la
frente en alto, amargo el corazón pero serena la conciencia.
Ubicada
en el signo de los grandes caraqueños impulsados y resueltos hacia el mundo
como Bolívar, Bello y Miranda, quienes encarnan un concepto inobjetable de la
libertad, Teresa Carreño también combate por una liberación: en su actitud asume
la defensa del artista casi siempre desasistido de ayuda social, juguete de
la opinión, cuyos méritos trata de
despedazar la jauría de los intereses creados. Está siempre de pie, dispuesta a
emprender una nueva jornada. No se conforma con ser lo que es, ni con dejar a
la posteridad sus partituras y su versión de gran intérprete.
Aspira a
redondear su obra como educadora en el campo musical. Toma la pluma y escribe.
Condensa sus experiencias en un libro "Las posibilidades del color del sonido
a través del uso artístico del pedal". Dicta una serie de reglas que
pueden ser útiles a los estudiosos del piano y que responde a su naturaleza
generosa: dádiva del espíritu y de una larga trayectoria de trabajo.
Al escribir
su obra didáctica Teresa proyecta una nueva imagen de Venezuela. Se trata de
una variación de su actividad diaria, no menos importante en la cultura: la
labor docente. Y al realizar aquella nueva incursión por los predios de la
música no hace mas que repetirse a sí misma. Ella ha sido durante toda su vida
una perenne lección de perseverancia, animada por el arte más puro, y
mantenedora de la procedencia sudamericana que hace sentir en todas sus
interpretaciones.
La
llegaron a llamar "la leona del piano" porque había momentos en
que su actuación tenía la sonoridad de una selva donde cantan sordamente las cataratas
y rugen los pumas. Y esta impresión la recogían todos cuantos la escuchaban, y recorrió
los países de Europa, los Estados Unidos, Australia, Nueva Zelandia y África del
Sur. Las críticas coincidían, se enlazaban unas con otras, las opiniones parecían
partir de un lugar común aunque estuvieran situadas en las más diversas
latitudes.
En
1897, en el periódico "Advertiser" de New York, al comentar uno de
sus conciertos, se decía: "o la oímos bajo la luz clara del mediodía o la
oímos en medio de la selva tropical a la media noche, enmarcada por dos fogatas
que hablan de felinos". En 1902, en una publicación especializada europea,
Ida Marie Lipsius, después de haber asistido a uno de sus conciertos, ratificaba
esta apreciación: "se ha dicho de ella que al escucharla se percibe el
olor del aire de la pradera y el tronar de los volcanes sudamericanos. No se
sabe que admirar más en ella, si sus brillantes pasajes arpegios, sus trinos y
octavas fenomenales o su poder dinámico sin limites".
Y más tarde, al referirse a que Teresa había tenido oposición, la misma autora
del anterior artículo periodístico añadía: "¿Pero quién se atreve a hablar
después de escucharla en la
Fantasía en Do Mayor de Schumann, en la Sonata Opus 109 de Beethoven o en una interpretación de Weber?" Y señala que todos los
elementos críticos enmudecieron cuando "ella con su enorme voluntad de acero dominó
su tremenda fuerza tísica y la cambió par control, por potencia
espiritual". Y esa voluntad de que Teresa es dueña se atribuye a su
ancestro, a la influencia telúrica del país de origen. En 1903, desde Berlín,
el conocido y afamado musicólogo Rudolf Marie Breithaupt, se expresa en los
mismos términos: "Su sangre hace su arte, su fuego hace su fuerza, su
poder. Todo su genial instinto para el piano no valdría nada si no poseyera esa
sangre y ese brillo. El fuego de una caraqueña, el volcán de un alma del Sur,
estos dos elementos unidos a un ritmo de acero, hacen de ella un coloso, ante
el cual se inclina el mundo entero. Su raza es su individualidad. Ella es la
fuente de su dicción: su música y su arte se rigen por un principio
dramático". Serie de observaciones que completa Max Reger, cuando desde
Wisbanden, escribe: "Es posible que la ascendencia sudamericana haya
tenido en Teresa Carreño la mayor influencia en su personalidad
artística".
Ante
propios y extraños ella estaba rodeada por el mágico ambiente de la patria
distante. Se le consideraba como una mujer-pueblo una mujer-raza, una mujer que
encarnaba la geografía de un continente y de un país. Mas a pesar de todos esos
grandes triunfos, a pesar de su nombre y su prestigio, Teresa Carreño no disfrutaba
de una posición holgada. Durante muchos años su piano fue el sostén de la
familia.
Esta
larga cadena de obligaciones materiales le impidió gozar ampliamente de su arte,
de la gracia divina que había tocado su alma para hacerla vibrar con arrebatadoras
melodías. Su arte era compromiso. Quizás fue un dogal, a veces.
Mas
todo cambió cuando ella decidió radicarse en Berlín. Alemania era entonces el
centro de la cultura musical. Consagraba reputaciones o las destruía. A Teresa
se le señalaba como "la mejor pianista del mundo". Alemania no le disputó
el título que más tarde adquiriría perpetuidad en el mármol gris del Cornagie
Hall de New York, donde en letras de oro figura grabado su nombre entre los de
Franz Litz e Ignacio Jan Paderewski, como los tres grandes del teclado. En Berlín
estuvo rodeada por la fama. Ocupaba un lugar relevante, y a veces no podía
atender a todos los contratos que se le ofrecían. Empezó a formar parte de la
ciudad, se ganó el cariño y el aprecio de sus habitantes. Como reina del arte
-uno de sus muchos títulos- ejercía su reinado con gracia y dignidad.
La
primera guerra mundial rompió el hilo de su vida reconstruida pues compartía su
tiempo entre el arte y el hogar, entre el público de las salas de concierto y
el marido y los hijos. En torno de Teresa y de todos los artistas radicados en
Europa se cerró el cerco de la contienda. No tenían posibilidades para actuar,
los teatros estaban vacíos, la música había enmudecido, sólo se escuchaban los
partes oficiales y sus dramáticas informaciones, sólo se escuchaba a lo lejos
el estampido del cañón.
Los
Estados Unidos no habían entrado aún en la conflagración mundial cuando Teresa
recibió un contrato ventajosísimo ofrecido desde New York. Se trataba de una
red de conciertos que debía extenderse desde la metrópoli y que enlazaría a
Boston, Chicago, Kansas City y "otras ciudades importantes" de la
gran república norteña. En atención a esta oferta halagadora, Teresa acompañada
de Arturo Tagliapietra y de sus hijos, se traslada a los Estados Unidos.
Pero
ella dirigía siempre sus miradas hacia Venezuela y acariciaba un nuevo proyecto de viaje en 1917. En una gira que debía empezar por el Brasil, encadenar
varios países latinoamericanos y terminar en Caracas, cifraba Teresa su más honda
esperanza.
Sombra
vetusta del Ávila bajo el rojo atardecer de marzo o la clara luna de enero. Rumor casi apagado del Guaire empobrecido. Fragancia de Galipán y su canastillo
de flores. La Catedral
y sus alegres campanas en los días feriados. Las calles de la ciudad estrechas
o en renovación. Recuerdos del ayer, de la niña visionaria y su gran juguete:
el piano. La Escuela
de Música de Chacao en los recuentos del pasado colonial. Las innovaciones del
arte en la nueva era. Todo un cuadro plástico de vivos colores se adueñó de la
imaginación de la artista ante la cercanía del retorno a la patria.
Mas
sobre ella cae un nefasto día. El 17 de junio de 1917 la envuelve en su sombra y su duelo. Dolor en las pupilas, dolor en las sienes, un
entorpecimiento total, la clínica, el tratamiento médico que fracasa, la
armazón física que sé desploma, y la muerte. Se produce una consternación en
los círculos de arte, sorprendidos por la inesperada noticia. El mundo musical
se estremece como si hubiera derrumbado una de sus columnas. Rodean el féretro
de la célebre concertista y luego lo llevan en hombros las más eminentes
personalidades artísticas reunidas en New York, entre ellas Ignacio Jan
Paderewski, Joseph Stransky, Albert Spalding y otros.
Teresa
Carreño había abandonado la tierra llevándose un último anhelo frustrado.
Venezuela se le esfumó en la niebla de lo desconocido. No tuvo tiempo de llegar
a ella, no pudo verla ni tocarla, ni aspirar su perfume, ni sentir su calor.
"He
amado a Venezuela -había dicho- la he amado a veces por sus desgracias, otras
por la generosidad de su Naturaleza y siempre como a una madre irreemplazable.
En su seno quiero dormir el sueño de la tierra. Es allí donde deseo que reposen mis cenizas".
Es
el testimonio de un amor que resistió a todas las pruebas. El amor de los grandes ciudadanos que no han escatimado sus servicios a la patria. El amor ejemplar que refrendó la personalidad artística de Teresa y ha traído hasta
aquí sus residuos físicos, y llena el Panteón con su música y con su luz.
Con
su música que dentro de poco entonarán mil voces juveniles en una interpretación
del "Himno a Bolívar", pieza que por sí sola es una comunión de honor,
de patria, de historia desglosada de su testamento lírico y sentimental.
Con
su luz, porque el homenaje que la "hermana y funde al resumen mayor de los valores venezolanos" se celebra cuando Caracas, su cuna, empieza a
vivir un tercer siglo como cabeza y guía de Venezuela y ya no es urbe doméstica, ni
ciudad nacional, ni siquiera faro hemisférico, sino que se ha convertido en la
ciudad de las mil antenas extendidas hacia todos los signos del tiempo,
sensible a las corrientes vertiginosas de la época, integrada a la
universalidad.
*“Discurso” pronunciado en el Panteón Nacional, Caracas, 9 de diciembre de 1977.