viernes, 14 de febrero de 2014

Teresa Carreño: la "Leona del piano" y el amor a su patria*


Por Lucila Palacios

Antes de dar comienzo a mi disertación quiero referirme al hecho de que el ciudadano Presidente de la República, señor Carlos Andrés Pérez, ha creado un precedente al invitar por vez primera a la mujer venezolana a ocupar la tribuna del Panteón Nacional.
En nombre de todas mis compañeras de lucha por la igualdad social quiero expresar nuestro reconocimiento al señor Presidente por su iniciativa, y en mi propio nombre le agradezco la deferencia con que me ha honrado. Al mismo tiempo deseo expresar mi agradecimiento al Dr. José Luis Salcedo Bastardo, Ministro de Estado, Asesor para Asuntos Científicos, Tecnológicos y Culturales, por su valiosa colaboración. Hago llegar también mi palabra de gratitud al Ministro de Relaciones Interiores, Dr. Octavio Lepage y a la Dirección de Protocolo por las atenciones que me han dispensado.
"He amado a Venezuela, la he amado a veces por sus desgracias, otras por la generosidad de su Naturaleza y siempre como a una madre irreemplazable. En su seno quiero dormir el sueño de la tierra. Es allí donde deseo que reposen mis cenizas".

Así dijo Teresa Carreño en un minuto de recogimiento, de encuentro consigo misma, de reflexión acerca de la vida del ser humano que tiene un límite.Su grito de amor, su apasionada súplica, fue recogida. El 15 de febrero de 1938, en el Cementerio General del Sur, se depositaron sus restos mortales. Todo parecía concluido. Era ya una realidad la integración de Teresa con la madre tierra.

Mas en el espíritu de los venezolanos, de los músicos, de los artistas en general, empezó a germinar una aspiración. No bastaba conque la gran pianista hubiera llegado a la tierra nativa. Era necesario llevarla hasta el sitio digno de su gloria. El sitio en donde pudiera reposar en contacto con el polvo del suelo patrio y alternar con los inmortales.
Las puertas del Panteón Nacional empezaron a abrirse para recibirla. Había un lugar vacío destinado a ella. Más de treinta años dejaron caer su peso sobre el país sin que se cumpliera esta aspiración. Durante ese lapso maduró la conciencia de Venezuela. Rectificaciones de fondo se operaron tanto en la estructura corporal de la patria como en el orden de sus principios ductores. Y como una consecuencia de tal evolución le llegó el turno al 9 de diciembre de 1977. En este día, hoy, un Gobierno que representa cabalmente el libre ejercicio de la soberanía venezolana, está cumpliendo con orgullo el deber de honrar a una de sus más ilustres compatriotas y un pueblo ratifica con su asentimiento el acto de justicia.
Bajo el dintel del austero recinto del Panteón, han pasado los héroes y los hombres de pensamiento. Ahora, en su espacio abierto, por donde también cruzara Luisa Cáceres de Arismendi, se perfila la imagen de la mujer que se fue por el mundo y lo llenó de acordes musicales y le hizo sentir la presencia de Venezuela y la presencia caraqueña. Porque Teresa Carreño era una hija de Caracas y llevaba en sí misma la pasión de la ciudad procera. En su casa, en el hogar de Manuel Antonio Carreño y Clorinda García de Sena y Toro, la niña oyó hablar de historia. Gesto y locura gloriosos de Andrea de Ledezma, aventura apasionante de Francisco de Miranda, creación y andanzas de un Bolívar casi de leyenda. Todo el pasado heroico, toda la pujanza de su tierra nativa, tambor y guarura en el aborigen defensor de sus dominios, diana y clarín en los ejércitos libertadores, forjaron la primera sinfonía que recogió su oído musical. Mas el artista no se nutre únicamente con la historia. Se nutre también con el paisaje. Y hasta ella bajaban los rumores del Ávila, crepitar de los árboles, susurro del agua de sus quebradas, canto de los pájaros y esa voz silenciada de un presunto volcán extinto que en la lucha por la independencia hizo sentir en el pueblo su simbólica y violenta explosión. Y todos estos elementos históricos, y todos estos elementos autóctonos quedaron fundidos en su espíritu para siempre, y dieron forma a una personalidad de tan recio temple, tan avasalladora, que ya no fue únicamente venezolana y caraqueña sino que llegó a ser universal.
Hay que seguir paso a paso la trayectoria de Teresa, sus reacciones anímicas, su sensibilidad artística, para poder formarse una idea cabal de tan extraordinaria personalidad. Las nuevas generaciones apenas la conocen. Por eso, al escribir o hablar sobre ella, es casi un deber el trazar sus rasgos biográficos, el iniciar su estudio desde la infancia cuando ya daba muestras de ser una criatura genial. Dicen que desde la cuna -y no es leyenda- la niña seguía el ritmo de las canciones conque la adormecían. Manuel Antonio Carreño fue su primer maestro de música. Y pronto se dio cuenta de las aptitudes de su hija. La oyó improvisar y ejecutar algunas melodías que ejercían sobre los oyentes una extraña fascinación. Llegó un momento en que él se sintió incapacitado para seguir adelante en su función de preceptor. La alumna había superado al maestro. Entonces piensa en recurrir a nuevos recursos para ampliar la educación musical de Teresa, para ampliar el campo de su trayectoria futura.

En esos días la familia se mueve entre dificultades económicas y azares políticos. Carreño había sido Ministro de Relaciones Exteriores durante el ejercicio presidencial de Manuel Felipe Tovar, y Ministro de Hacienda durante el gobierno de Pedro Gual. Cuando este último fue derrocado se hizo un cerco de suspicacia, de intrigas, de rencor, en torno a sus colaboradores. Manuel Antonio educador; músico, autor de los "500 Ejercicios para Piano" destinado a los estudiantes de ese instrumento, y quien ha escrito varias obras didácticas y un "Manual de Urbanidad" para los jóvenes, a pesar de obra tan meritoria no puede escapar de las presiones de su época. Estas circunstancias adversas plasman su deseo de alejarse del país, precipitan su viaje. Con la ayuda económica de la abuela materna de la niña, doña Gertrudis del Toro, en un día de julio, mes caliente y de mar irritado, abandonan el puerto de La Guaira, y hacia New York se encaminan los Carreño, hacia New York se encamina Teresa "con las manos ausentes, diciendo siempre adiós, sonoras de turpiales, pegadas del teclado de los mares, volando en el cordaje de los vientos" como lo dijera una vez Andrés Eloy Blanco es este mismo recinto en el instante de la inhumación de los restos de Pérez Bonalde. Hacia un destino desconocido se encamina la futura "virtuosa" del piano.

Ella había sido la niña-prodigio en su ciudad natal. Había tocado el piano e improvisado "delante de las visitas, los periodistas y los diplomáticos amigos de su padre". Había aparecido en la primera página de los periódicos caraqueños. Y esta popularidad despertó la inquietud del padre y educador, siempre alerta y en defensa del talento de la hija y discípula. El teme que el exceso de halago termine con el afán de superación de Teresa, que su vocación se ahogue entre ditirambos y genuflexiones. En Nueva York las cosas cambian. Allí no se proyecta el recuerdo de don Cayetano, precursor musical de la familia. Allí no se siente la influencia social y artística de los Carreño. El ambiente es duro, casi inflexible para los recién llegados, para los desconocidos. Teresa tendrá que abrirse paso por sí misma, rodeada de caras nuevas y adustas, de maestros que la estudian y analizan, cuyo fallo será decisivo en los primeros días de su permanencia en tierra extraña.

El fallo fue favorable. Apenas lleva cuatro meses en la república norteña y ya ofrece su primer concierto. El acto consagratorio tuvo lugar el 25 de noviembre de 1862. Rodeada de una critica favorable, de la opinión pública y de los expertos en la música, poco tiempo después actúa como solista con la Orquesta Filarmónica de Boston. Se ha iniciado la carrera sin interrupción de una pianista siempre en ascenso, cada vez con mayores posibilidades de éxito.

Tiene diez años y ya empieza a saborear la gloria. La Casa Blanca se interesa.El Presidente Lincoln logra oírla y se emociona visiblemente. Después sigue hacia Cuba y en la Habana despierta un interés indescriptible. Respaldada por una brillante aunque corta trayectoria; bajo la tutela artística del padre, Teresa emprende un nuevo viaje. Se aleja del nuevo continente rumbo a Europa, su gran escenario del mañana. 
A medida que pasa el tiempo va creciendo la fama de la joven pianista venezolana. Mas el éxito no envanece a la mujer excepcional. El hecho de ofrecer conciertos en las principales ciudades de Europa en donde puede alternar con las más altas figuras mundiales, le sirve de estímulo. Ella trata de perfeccionar sus condiciones de pianista, la técnica adquirida, hasta lograr su propia técnica. Llega a ser dueña de una gran fuerza en la ejecución, domina el teclado, lo hace suyo, le arranca sonidos inesperados. A veces la crítica formula algunos reparos, algunas observaciones, pero queda dominada por su genio. Sobre todo, Teresa Carreño conquista al público con su temperamento apasionado, rebelde casi, un temperamento moldeado en el crisol del trópico.

Durante el lapso de su evolución como pianista la suerte le depara grandes sorpresas. Empiezan a surgir las contradicciones que han de envolver el resto de su existencia. Si ella es una triunfadora en el piano, si se ha distinguido como ejecutante, si logra impresionar al auditorio con sus brillantes interpretaciones musicales, si ha obtenido el aprecio de Rubinstein y de Rossini, si Franz Litz con una frase laudatoria la colocó a su mismo nivel, no sucede lo mismo con su vida íntima, con su vida sentimental. Contrae matrimonio con un afamado violinista, Emile Sauret, y la unión dura poco. Luego, subyugada por la personalidad del cantante Giovanni Tapliapietra celebra sus nuevos desposorios. Pero Tagliapietra es un hombre impulsivo dominante y pagado de sí mismo y choca con el vigoroso temple de su esposa.

Mas tarde Teresa llega de nuevo al matrimonio con Eugenio Francis Charles D'Albert. Posiblemente éste fue el hombre que ejerció mayor influencia en la Carreño, en su formación de concertista. El era un genial intérprete de los grandes maestros, Beethoven, Litz y especialmente Juan Sebastián Bach. Mas a pesar de la afinidad artística, el vinculo matrimonial quedó también deshecho. Por fin, con Arturo Tagliapietra, Teresa logra la normalidad del hogar, compañerismo y amor hasta el día de la muerte.

¿En qué abismos psicológicos, en qué ambiente emocional se movía Teresa Carreño en esos períodos de su vida? ¿Trataba ella de ser el elemento dominante en la intimidad familiar y en la música y la controversia surgía a causa de que el marido quería ser el dominador de la mujer y de la artista? ¿Confundía ella al hombre de carne y hueso con el instrumento de cuerdas de acero o por el contrario él concedía mayor importancia al aspecto mecánico de la profesional que a su condición humana? En Teresa la belleza fisica y espiritual y el arte en su máxima expresión deben de haber forjado una alianza, defensiva del personaje integral, coraza contra la cual se estrellaba el afán de predominio de la personalidad masculina. Fueron pruebas muy duras, de dolor, de incertidumbre, de angustia y desesperanza. Pero quizás tales pruebas contribuyeron a su éxito definitivo, Fue en esas horas, cruciales de su vida cuando ella pudo probar la fuerza de su voluntad. En esos momentos no sólo se hallaban en juego la estabilidad y la dicha conyugales, sino también la trayectoria artística. Teresa no abandonó jamás Ia lucha por su ideal. Dominó sus penas, les impuso su propio sello, tal como se lo había impuesto al piano. Y en esta actitud decidida y valiente radica en parte su grandeza personal. Ella comprendió el verdadero sentido de su vocación, de su proceso evolutivo musical, y la importancia del mantenimiento, de la continuidad en la función que desempeñaba. Tal vez pensó en los triunfadores, hombres o pueblos. Hizo su análisis. Triunfan los tenaces, triunfan los perseverantes. Y se ciñó a su ejemplo y dio ejemplo. Nada ni nadie logró arrancarla de su sitial frente al piano. Nada ni nadie logró desviarla de la línea de conducta artística que se había trazado.

 La profesión de Teresa la obligaba a viajar, a cambiar de país y de ambiente.Era un continuo peregrinaje a través del océano, bajo el cielo ¿Cuál de las dos inmensidades correspondía mejor a su sensibilidad musical, a su romanticismo? El mar ya le había mostrado su fiereza en aquel naufragio en donde estuvo a punto de perder la vida, en el primer viaje, mientras se dirigía con sus padres a Norte América. El cielo estaba lejos de su alcance de criatura mortal, de manos aladas sobre el teclado. Mas los creyentes y los poetas han situado la mansión de los espíritus celestes a grandes alturas, más allá del aire límpido, de la atmósfera que rodea a los humanos. Y en esa mansión todo es armonía. Música de alas, música de liras, música en la voz del querubín que se escapó temprano de la tierra y fue a ocupar un sitio al lado del artífice de las galaxias infinitas y su distribución armónica y su ritmo regular y eterno. Teresa durante sus viajes debe haber dejado correr su fantasía en la perenne contemplación de ese mar y ese cielo subyugantes, magníficos; debe de haberse sumergido espiritualmente en su azul, en su inquietud, en su misterio, de donde emanan esas fuerzas desconocidas que rodean al Creador y lo sumen en el éxtasis o lo arrebatan en el vértigo. Y no pudo escapar del hechizo. Cae en el juego envolvente de la creación. No es únicamente una pianista, es también una compositora. Y si en la interpretación de los grandes maestros su ser se transforma  en un tenso cordaje lírico, en la producción musical, propia, todo cuanto lleva en sí misma de emocional, se vuelca, se derrama. Es larga la enumeración de todos sus títulos con sus influencias, sus matices, sus gradaciones emotivas. El "Cuarteto para Cuerdas en Si Bemol" es considerado como el mejor fruto de su madurez. Los expertos en composición creen encontrar reminiscencias de la patria lejana, ritmos folklóricos venezolanos en "Bal en reve Opus 26". El "Himno a Bolívar" es el estremecimiento de su fibra patriótica, el "Vals a Teresita" un latido de su corazón de madre, el "Saludo a Caracas" un encuentro de amor con la familia y la casa solariega contemplada a distancia en el curso de veinte y tres años.

A Caracas volvió y su ciudad la recibió con alborozo. La pluma de Teresa Carreño es el mejor testimonio del cálido recibimiento caraqueño. "Toda la ciudad salió a recibirme, con una banda de música, discursos y todas las demostraciones de afecto de mis conciudadanos" -comenta en una carta dirigida a su amiga Carolina Keating Reed- Mas no quiere entrar en detalles por temor a que se confunda su alegría con un gesto de vanidad. A pesar de sus escrúpulos, a lo largo de la misiva confidencial confiesa: "Mi entrada a la ciudad fue de tal regocijo general que las calles por donde pasaba mi carruaje, desde la estación hasta la casa, estaban llenas con una multitud que me aclamaba y ondeaba sus sombreros y pañuelos como si yo fuera una reina que entrara a su ciudad. Puesto que las ovaciones, flores, discursos, serenatas, condecoraciones, medallas y en fin toda clase de demostraciones agradables y honoríficas recaían sobre mí, me he sentido durante todo el tiempo como si no mereciera nada de esto y fueran pocos mis méritos en comparación a los honores que recibía. El Gobierno me concedió el "Busto del Libertador" el más alto honor que se concede a alguien". Y dando rienda suelta a su expansión, continúa: "Lo que más me conmovió fue una bella medalla de oro que la prensa de Caracas me entregó con un pergamino que contenía tantas alabanzas que a duras penas me reconocí en ellas después de haberlas leído".
Guzmán Blanco había retornado al poder. Deslumbrado por el brillo de su compatriota la autoriza para regresar a Europa y contratar una Compañía formada por cantantes de renombre, a fin de presentarla en el Teatro Municipal. Teresa Carreño se dispone a hacer efectiva la disposición presidencial pero no tiene suerte en su gestión. Debido a la proximidad del invierno los más afamados cantantes europeos ya estaban comprometidos para la temporada invernal y ella tuvo que conformarse con un grupo mediocre. En Venezuela la Compañía de Opera no gustó. Caracas era muy exigente en materia de canto y música y rechazó al elenco operístico. 
Los opositores del gobierno aprovecharon estas circunstancias y empezaron a moverse en la sombra. El escándalo se produjo. Al parecer, la maniobra estaba dirigida contra Guzmán. Pero envolvió a Teresa. Las figuras célebres están expuestas a las reacciones de los pueblos. Casi nunca se les contempla desde un ángulo imparcial. Se les endiosa o se le denigra.

En este último caso, la crítica acerba tiende a deformar la personalidad. Rodeada de una atmósfera agresiva Teresa se sintió en peligro: su reputación artística podría ser destruida. Y en tal emergencia se muestra de cuerpo entero, en la plenitud de su energía. Adopta una actitud resuelta: asume todas las responsabilidades. La noche en que el teatro es abandonado por el Director de Orquesta toma la batuta por primera vez en su vida y dirige magistralmente "La Favorita" y "La Sonámbula".    

Aquel gesto de un valor casi rayano en la temeridad, aquel desafío a unos contrincantes poderosos, unido a su porte de reina, a un nombre artístico limpiamente ganado, hicieron su efecto. La crisis fue conjurada pero ya el fracaso había tenido lugar y no se podía reparar el daño. No obstante, ella cumple sus compromisos, cubre el resto del programa y sale de su país con la frente en alto, amargo el corazón pero serena la conciencia.

Ubicada en el signo de los grandes caraqueños impulsados y resueltos hacia el mundo como Bolívar, Bello y Miranda, quienes encarnan un concepto inobjetable de la libertad, Teresa Carreño también combate por una liberación: en su actitud asume la defensa del artista casi siempre desasistido de ayuda social, juguete de la  opinión, cuyos méritos trata de despedazar la jauría de los intereses creados. Está siempre de pie, dispuesta a emprender una nueva jornada. No se conforma con ser lo que es, ni con dejar a la posteridad sus partituras y su versión de gran intérprete.        

Aspira a redondear su obra como educadora en el campo musical. Toma la pluma y escribe. Condensa sus experiencias en un libro "Las posibilidades del color del sonido a través del uso artístico del pedal". Dicta una serie de reglas que pueden ser útiles a los estudiosos del piano y que responde a su naturaleza generosa: dádiva del espíritu y de una larga trayectoria de trabajo.

Al escribir su obra didáctica Teresa proyecta una nueva imagen de Venezuela. Se trata de una variación de su actividad diaria, no menos importante en la cultura: la labor docente. Y al realizar aquella nueva incursión por los predios de la música no hace mas que repetirse a sí misma. Ella ha sido durante toda su vida una perenne lección de perseverancia, animada por el arte más puro, y mantenedora de la procedencia sudamericana que hace sentir en todas sus interpretaciones.

La llegaron a llamar "la leona del piano" porque había momentos en que su actuación tenía la sonoridad de una selva donde cantan sordamente las cataratas y rugen los pumas. Y esta impresión la recogían todos cuantos la escuchaban, y recorrió los países de Europa, los Estados Unidos, Australia, Nueva Zelandia y África del Sur. Las críticas coincidían, se enlazaban unas con otras, las opiniones parecían partir de un lugar común aunque estuvieran situadas en las más diversas latitudes.

En 1897, en el periódico "Advertiser" de New York, al comentar uno de sus conciertos, se decía: "o la oímos bajo la luz clara del mediodía o la oímos en medio de la selva tropical a la media noche, enmarcada por dos fogatas que hablan de felinos". En 1902, en una publicación especializada europea, Ida Marie Lipsius, después de haber asistido a uno de sus conciertos, ratificaba esta apreciación: "se ha dicho de ella que al escucharla se percibe el olor del aire de la pradera y el tronar de los volcanes sudamericanos. No se sabe que admirar más en ella, si sus brillantes pasajes arpegios, sus trinos y octavas fenomenales o su poder dinámico sin limites".


Y más tarde, al referirse a que Teresa había tenido oposición, la misma autora del anterior artículo periodístico añadía: "¿Pero quién se atreve a hablar después de escucharla en la Fantasía en Do Mayor de Schumann, en la Sonata Opus 109 de Beethoven o en una interpretación de Weber?" Y señala que todos los elementos críticos enmudecieron cuando "ella con su enorme voluntad de acero dominó su tremenda fuerza tísica y la cambió par control, por potencia espiritual". Y esa voluntad de que Teresa es dueña se atribuye a su ancestro, a la influencia telúrica del país de origen. En 1903, desde Berlín, el conocido y afamado musicólogo Rudolf Marie Breithaupt, se expresa en los mismos términos: "Su sangre hace su arte, su fuego hace su fuerza, su poder. Todo su genial instinto para el piano no valdría nada si no poseyera esa sangre y ese brillo. El fuego de una caraqueña, el volcán de un alma del Sur, estos dos elementos unidos a un ritmo de acero, hacen de ella un coloso, ante el cual se inclina el mundo entero. Su raza es su individualidad. Ella es la fuente de su dicción: su música y su arte se rigen por un principio dramático". Serie de observaciones que completa Max Reger, cuando desde Wisbanden, escribe: "Es posible que la ascendencia sudamericana haya tenido en Teresa Carreño la mayor influencia en su personalidad artística".


Ante propios y extraños ella estaba rodeada por el mágico ambiente de la patria distante. Se le consideraba como una mujer-pueblo una mujer-raza, una mujer que encarnaba la geografía de un continente y de un país. Mas a pesar de todos esos grandes triunfos, a pesar de su nombre y su prestigio, Teresa Carreño no disfrutaba de una posición holgada. Durante muchos años su piano fue el sostén de la familia.          

Esta larga cadena de obligaciones materiales le impidió gozar ampliamente de su arte, de la gracia divina que había tocado su alma para hacerla vibrar con arrebatadoras melodías. Su arte era compromiso. Quizás fue un dogal, a veces.
Mas todo cambió cuando ella decidió radicarse en Berlín. Alemania era entonces el centro de la cultura musical. Consagraba reputaciones o las destruía. A Teresa se le señalaba como "la mejor pianista del mundo". Alemania no le disputó el título que más tarde adquiriría perpetuidad en el mármol gris del Cornagie Hall de New York, donde en letras de oro figura grabado su nombre entre los de Franz Litz e Ignacio Jan Paderewski, como los tres grandes del teclado. En Berlín estuvo rodeada por la fama. Ocupaba un lugar relevante, y a veces no podía atender a todos los contratos que se le ofrecían. Empezó a formar parte de la ciudad, se ganó el cariño y el aprecio de sus habitantes. Como reina del arte -uno de sus muchos títulos- ejercía su reinado con gracia y dignidad.

La primera guerra mundial rompió el hilo de su vida reconstruida pues compartía su tiempo entre el arte y el hogar, entre el público de las salas de concierto y el marido y los hijos. En torno de Teresa y de todos los artistas radicados en Europa se cerró el cerco de la contienda. No tenían posibilidades para actuar, los teatros estaban vacíos, la música había enmudecido, sólo se escuchaban los partes oficiales y sus dramáticas informaciones, sólo se escuchaba a lo lejos el estampido del cañón.
Los Estados Unidos no habían entrado aún en la conflagración mundial cuando Teresa recibió un contrato ventajosísimo ofrecido desde New York. Se trataba de una red de conciertos que debía extenderse desde la metrópoli y que enlazaría a Boston, Chicago, Kansas City y "otras ciudades importantes" de la gran república norteña. En atención a esta oferta halagadora, Teresa acompañada de Arturo Tagliapietra y de sus hijos, se traslada a los Estados Unidos.

Pero ella dirigía siempre sus miradas hacia Venezuela y acariciaba un nuevo proyecto de viaje en 1917. En una gira que debía empezar por el Brasil, encadenar varios países latinoamericanos y terminar en Caracas, cifraba Teresa su más honda esperanza.

Sombra vetusta del Ávila bajo el rojo atardecer de marzo o la clara luna de enero. Rumor casi apagado del Guaire empobrecido. Fragancia de Galipán y su canastillo de flores. La Catedral y sus alegres campanas en los días feriados. Las calles de la ciudad estrechas o en renovación. Recuerdos del ayer, de la niña visionaria y su gran juguete: el piano. La Escuela de Música de Chacao en los recuentos del pasado colonial. Las innovaciones del arte en la nueva era. Todo un cuadro plástico de vivos colores se adueñó de la imaginación de la artista ante la cercanía del retorno a la patria.
Mas sobre ella cae un nefasto día. El 17 de junio de 1917 la envuelve en su sombra y su duelo. Dolor en las pupilas, dolor en las sienes, un entorpecimiento total, la clínica, el tratamiento médico que fracasa, la armazón física que sé desploma, y la muerte. Se produce una consternación en los círculos de arte, sorprendidos por la inesperada noticia. El mundo musical se estremece como si hubiera derrumbado una de sus columnas. Rodean el féretro de la célebre concertista y luego lo llevan en hombros las más eminentes personalidades artísticas reunidas en New York, entre ellas Ignacio Jan Paderewski, Joseph Stransky, Albert Spalding y otros.

Teresa Carreño había abandonado la tierra llevándose un último anhelo frustrado. Venezuela se le esfumó en la niebla de lo desconocido. No tuvo tiempo de llegar a ella, no pudo verla ni tocarla, ni aspirar su perfume, ni sentir su calor.

"He amado a Venezuela -había dicho- la he amado a veces por sus desgracias, otras por la generosidad de su Naturaleza y siempre como a una madre irreemplazable. En su seno quiero dormir el sueño de la tierra. Es allí donde deseo que reposen mis cenizas".

Es el testimonio de un amor que resistió a todas las pruebas. El amor de los grandes ciudadanos que no han escatimado sus servicios a la patria. El amor ejemplar que refrendó la personalidad artística de Teresa y ha traído hasta aquí sus residuos físicos, y llena el Panteón con su música y con su luz.

Con su música que dentro de poco entonarán mil voces juveniles en una interpretación del "Himno a Bolívar", pieza que por sí sola es una comunión de honor, de patria, de historia desglosada de su testamento lírico y sentimental.

Con su luz, porque el homenaje que la "hermana y funde al resumen mayor de los valores venezolanos" se celebra cuando Caracas, su cuna, empieza a vivir un tercer siglo como cabeza y guía de Venezuela y ya no es urbe doméstica, ni ciudad nacional, ni siquiera faro hemisférico, sino que se ha convertido en la ciudad de las mil antenas extendidas hacia todos los signos del tiempo, sensible a las corrientes vertiginosas de la época, integrada a la universalidad.
*“Discurso” pronunciado en el Panteón Nacional, Caracas, 9 de diciembre de 1977.