A
propósito del 160 aniversario de su nacimiento
por David
Coifman*

Nunca se ha dicho, sin embargo, que Manuel Antonio Carreño, hijo del maestro de capilla José Cayetano Carreño (1774-1836), fue también un niño prodigio que ocupó el cargo de “cantante tercero” (la voz más aguda de las tres plazas asalariadas para cantantes) de la capilla musical catedralicia, el 9 de febrero de 1822, contando entonces 8 años de edad. Labor de cantante bajo contrato que obtendría después de ejercer el cargo de “músico meritorio” (=cantante a destajo de la tribuna) desde al menos los 6 años de edad. Además, Manuel Antonio habría debido demostrar amplias habilidades para tocar el violín, la viola, el violón, el fagot, el órgano y el clave por ser obligación de los cantantes contratados sustituir a los instrumentistas de la capilla catedralicia cuando no podían asistir a sus labores musicales por razones justificadas.
La plaza de cantante tercero que Manuel Antonio ganó con
sólo 8 años de edad había estado ocupada hasta la fecha por su hermano José Cayetano
“el hijo” (n. el 8 de julio de 1804), desde el 4 de junio de 1817, es decir
desde los 12 años de edad. Antes de ejercer este cargo, José Cayetano “el hijo”
junto con su hermano menor José Lorenzo (n. el 9 de agosto de 1807) recibían
remuneración como músicos meritorios de la capilla catedralicia, al menos (que
se conozca) desde diciembre de 1814, contando respectivamente 10 y 7 años de
edad. Lo que señala haber sido ambos, también, niños prodigios.
El 10 de agosto de 1813, José Ciriaco Carreño (n. 8 de
agosto de 1795), primogénito
del maestro de capilla José Cayetano Carreño, renunció apenas cumplidos los 18 años de edad a su labor bajo contrato de organista segundo en la catedral caraqueña para sumarse a la tropa patriótica, muriendo en la Batalla de Urica, el 5 de diciembre de 1814. José Ciriaco había sido también un niño prodigio, de quien sabemos haber percibido remuneración económica por su labor estable como cantante meritorio de la tribuna desde los 6 años de edad, y como organista segundo obtenido por concurso público, desde el 11 de marzo de 1810, es decir contando entonces apenas 14 años de edad.
del maestro de capilla José Cayetano Carreño, renunció apenas cumplidos los 18 años de edad a su labor bajo contrato de organista segundo en la catedral caraqueña para sumarse a la tropa patriótica, muriendo en la Batalla de Urica, el 5 de diciembre de 1814. José Ciriaco había sido también un niño prodigio, de quien sabemos haber percibido remuneración económica por su labor estable como cantante meritorio de la tribuna desde los 6 años de edad, y como organista segundo obtenido por concurso público, desde el 11 de marzo de 1810, es decir contando entonces apenas 14 años de edad.
El 18 de agosto de 1813, Juan Bautista Carreño (n. 1 de
julio de 1802), cuarto hijo del maestro de capilla, ganó por concurso público
el cargo de organista segundo que dejó vacante su hermano mayor José Ciriaco. Contaba
entonces tan sólo 11 años de edad, es decir el más joven de dos generaciones de
músicos de la familia Carreño en ocupar por concurso público la exigente labor
de organista en la catedral caraqueña. Para satisfacer esta obligación
contractual, Juan Bautista habría debido ocupar hasta la fecha un cargo de
músico meritorio en la Tribuna, mientras se instruía con su padre y su hermano
mayor en la ejecución de los órganos y el clave de la institución, acompañando
principalmente la música vocal solemne catedralicia compuesta por Juan Manuel
Olivares, José Ángel Lamas y la de su padre. Razones de peso conocidas (además
de la tradición familiar) por las cuales los últimos vástagos hasta la fecha de
la familia Carreño (José Cayetano “el hijo” y José Lorenzo) habrían de ser
requeridos por su padre para aumentar las voces de la tribuna desde al menos mediados
del año 1813, contando entonces 8 y 6 años de edad respectivamente.
Hasta la fecha de nacimiento de Teresa Carreño, el 22 de
diciembre de 1853, se registran en Caracas además los nacimientos de hasta 20
primos-hermanos (según las actas conocidas de bautismo y de defunción al nacer),
todos hijos legítimos de los nueve hijos legítimos del maestro de capilla José
Cayetano Carreño. Entre ellos, José Ciriaco del Carmen Carreño-Pérez “el
sobrino” (n. 5 de marzo de 1831), segundo hijo de José Cayetano Carreño-Muñoz, se
destacó también como niño prodigio de la tribuna catedralicia, recibiendo
remuneración como cantante meritorio (según fecha del recibo de pago más temprana
que se conoce), el 22 de diciembre de 1840, contando sólo 9 años de edad, para
luego ingresar bajo contrato como cantante tercero de la capilla musical, el 8
de junio de 1841, con sólo 10 años de edad. José Ciriaco “el sobrino” sustituía
en el cargo de cantante tercero a su primo mayor, hijo de Felipa Carreño, Ramón
María Pérez-Carreño (n. 21 de enero de 1827), quien contaba entonces 14 años de
edad. Es decir, la etapa de la adolescencia en la que estaría cambiando la voz
aguda de tiple por una más grave, justificando el pronto reemplazo vocal por la
de un niño de menor edad, como la de su primo.
Por lo tanto, al momento de su mudanza de Venezuela,
Teresa Carreño se llevaría consigo el recuerdo de haber compartido por la rama
paterna con una familia numerosa integrada por los siguientes primos-hermanos mayores
(de los que podemos citar de los sobrevivientes según registros): Ramón María y
María de la Concepción Pérez-Carreño, hijos de Felipa Carreño-Muñoz, quien
murió con 37 años de edad, el 7 de diciembre de 1837; Juan Bautista Anselmo y
Miguel Ezequiel Rafael Carreño-Martínez, hijos de Juan Bautista Carreño-Muñoz,
quien murió con 47 años de edad, el 15 de noviembre de 1849; Isabel María, José
Cayetano “el nieto”, José Ciriaco “el sobrino”, Fernando Lorenzo, Luís María,
Belén de la Santísima Trinidad y María del Rosario Carreño-Pérez, hijos de José
Cayetano Carreño-Muñoz, quien murió con 38 años de edad, el 29 de diciembre de
1842; Belén María Pérez-Carreño, hija de María Isabel Carreño-Muñoz (cuya fecha
de defunción desconozco); y José Lorenzo Carreño-Martí, hijo de José Lorenzo
Carreño-Muñoz (cuya fecha de defunción se desconoce). José Lorenzo
Carreño-Martí contrajo matrimonio con su prima-hermana María Emilia Gertrudis
de Jesús, hija mayor de Manuel Antonio Carreño y única de los tres hermanos
mayores de Teresa que sobrevive la niñez (mueren una hermana mayor de nombre
María Teresa y un hermano mayor de nombre Manuel Antonio, y sobrevive un
hermano menor llamado también Manuel Antonio). No se conoce si Juan de la Cruz
Carreño tuvo hijos. En todo caso, durante sus primeros ocho años de vida en
Caracas, Teresa Carreño contó para su aprendizaje musical con al menos cinco
miembros vivos de su familia paterna (es decir, su padre Manuel Antonio, su tío
José Lorenzo, su tío y padrino Juan de la Cruz, su primo mayor Ramón María y su
primo José Ciriaco) que habían sido niños prodigios bajo contrato laboral en la
catedral caraqueña, en la condición de cantantes meritorios e instrumentistas, siguiendo
la enseñanza y el ejemplo de su famoso abuelo José Cayetano Carreño.


Descartando pues la evidencia de que Teresa fue la única
de tres generaciones de niños prodigios Carreño que tuvo la oportunidad de
mostrar sus tempranas y excepcionales dotes musicales familiares en un gran escenario
urbano como Nueva York, debemos preguntarnos: ¿Qué exigencia cultural, si no
era pues únicamente la familiar, habría podido existir en Venezuela para que
una niña de tan sólo 6 años de edad tocara diariamente 580 ejercicios pianísticos
preparados por su padre, para que a los 8 años de edad pudiera interpretar obras
de enormes dificultades técnicas y expresivas como el Capricho Brillante, op. 22, de Felix Mendelssohn (1809-1847), alcanzando
una maestría artística superior a la de cualquier niño prodigio hasta entonces aclamado
en los principales escenarios de los Estados Unidos y Europa, cuando todavía a
mediados del año 1862 la principal meta de vida conocida para Teresa Carreño, a
semejanza de la de sus familiares músicos que habían sido también niños prodigios,
era seguir viviendo en Caracas? En otras palabras: ¿Qué nivel de exigencias musicales
si no eran pues las tradicionales familiares permitió a Manuel Antonio preparar
a su hija Teresa, siguiendo su efectiva escuela musical catedralicia, para
tocar a un nivel de perfección y exigencias artísticas que sólo la oportunidad
de salir del país demostró superar, con creces, las aspiraciones musicales para
los niños prodigios de su edad en cualquier lugar del mundo?

El destino quiso, en todo caso, que Teresa Carreño fuera la
única de los niños prodigios de la familia Carreño en exponer a la crítica
internacional el trascendente legado educativo catedralicio de tradición paterna
que se remonta al siglo XVIII. Tradición masculina generacional como maestros
de capilla que sólo la habría podido heredar José Ciriaco “el sobrino” de su
padre José Cayetano Carreño-Muñoz de no haber muerto éste muy joven, ejerciendo
el cargo en la catedral, en diciembre de 1842. Con esta muerte, la familia
Carreño se despidió para siempre de la tradición musical catedralicia transmitida
directamente de padre a hijo, ocupando reconocidas labores profesionales públicas
como músicos meritorios, cantantes, organistas (e instrumentistas) y maestros
de capilla, hasta que Manuel Antonio tuvo la oportunidad (y sin duda también las
herramientas musicales familiares) de legar dicha tradición catedralicia a su talentosa
hija, a pesar de que a ésta no le deparaba ni siquiera la posibilidad de ser cantante
de la capilla musical en Venezuela. En todo caso, debemos a Manuel Antonio
haber tenido la imaginación necesaria (y el profundo interés por la pervivencia
de la tradición familiar) para transformar su legado educativo catedralicio, reconocido
principalmente en la efectiva tradición de los varones Carreño llegados a “maestros
de capilla”, en un método de enseñanza vocal y pianística con el cual adaptar
la excepcional disposición musical de su hija a las nuevas necesidades artísticas
de su generación, llevándola a convertirse como sabemos (manteniendo en cierta
manera la lógica consecuencia de su excepcional tradición familiar catedralicia)
en la primera “maestra de piano” venezolana de prestigio mundial. Culto internacional
a la destacada artística que legitima, con la justa veneración de sus restos
mortales en el solemne Panteón Nacional, una hermosa historia
familiar de niños prodigios. Teresa Carreño, el último prodigio de una efectiva
escuela musical catedralicia en Venezuela.
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Madrid, diciembre de 2013
*Pianista, musicólogo venezolano, miembro de la Academia Nacional de la
Historia.
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