viernes, 16 de septiembre de 2016

Baile con la Valquiria





LITERATURA (FICCIÓN)*

Por Jeylú Pereda**


Era la tercera vez que Tadeo llegaba tarde al ensayo. Al posarse en la entrada su imagen se multiplicó en todos los espejos de la sala. Por unos segundos su mirada navegó evasiva entre sus compañeros; trató de anclarla en la complicidad que le brindaba su amiga América desde el piano, pero pronto emergieron los espesos ojos negros de Fausto, que avanzaron hasta él con el espíritu avasallante de una tormenta.
—¿Qué hora es Tadeo?
—Sé que he llegado tarde Fausto, pero
—Ssshhhh… Solo te estoy preguntando la hora Tadeo; sin embargo,  creo que tienes serias dificultades para dar lo que se te pide— dijo Fausto en una voz serena, punzante y diligente para llegar a todos los oídos, a todos los rincones.
Poseído en la arrogancia de su leotardo negro caminó  hasta el centro de la sala, se colocó en el medio del ballet y de nuevo apuntó su verbo y su mirada hacia Tadeo.
—Hay quienes afirman que lo principal de un espectáculo es la coreografía, no el bailarín… Lamento informarte que la coreografía está aquí Tadeo y que no necesito un bailarín, sino un cuerpo de baile que se mueva en perfecto allegro. En un mes estaremos en la Ríos Reyna, la sala más importante de este país, y no permitiré que el público se vaya sin haber disfrutado del mejor montaje que se haya hecho para homenajear a la gran Teresa Carreño. Si no puedes con eso, lo mejor es que te retires; no solo de esta sala, sino de esta vida conocida como ballet.
Cada una de las palabras de Fausto se convirtieron en cilicios que penetraron la mente y el corazón de Tadeo. Se preguntaba por qué tenía que soportar aquel juicio sin derecho a sacar a la luz las razones por las que se había convertido en lo que todos veían: ¿un artista sin disciplina? No esgrimió defensa alguna. Sus pies comenzaron a arder, tanto que bajó la mirada hacia ellos para corroborar que no desprendían llamas. Se descalzó y echó a correr. Dejó atrás la sala de ensayo y avanzó por los pasillos y las escaleras con la velocidad de un colibrí y no se detuvo hasta que las plantas de sus pies sintieron la textura del lugar de sus sueños: La Ríos Reyna.
La sala lucía impenetrable toda su sensualidad. Tadeo no se contuvo, y sobre la piel del centro del escenario soltó su llanto azul profundo. Lloró siete años de mala suerte que cuidadosamente había ordenado detrás de sus sonrisas. Lloró hasta comprender que las lágrimas solo son la transpiración y no el exorcismo del dolor. Repentinamente, mientras estaba sentado refugiando la cabeza contra sus rodillas y abrazando sus piernas como canaletas de lágrimas, sintió que el escenario comenzaba a girar. Una, dos, tres vueltas. Cuando alzó la mirada, no podía cree lo que ahora veía. 
—¡Aufstehen!— Fue la palabra que escuchó al tiempo que una suave mano apretó su hombro. Una hermosa chica con un tutú perlado y alas de libélula le sonreía. De nuevo repetía aquella palabra tan ajena a Tadeo. El movimiento de sus manos le dio luces para entender que ella lo invitaba a levantarse. La estampida de bailarines que salía del escenario en ese instante le advirtieron el sonido de la  lengua alemana. La chica le hizo señas para que siguiera al grupo de ballet. Tadeo lo hizo, pero no salía del asombro. Ya no estaba en la Ríos Reyna y no tenía la menor idea de cómo había llegado a otro teatro en el que todos hablaban alemán. Era un lugar muy elegante, mas los bailarines parecían destilados en el tiempo. Tadeo se sintió dentro de una de esas bolas de cristal que encierran ciudades en miniatura como recuerdo.
Los bailarines lo guiaron a través de un estrecho pasillo. A cada lado había puertas con carteles en los que se leían nombres de músicos, actrices y actores. La mayor sorpresa fue cuando leyó en uno de ellos el nombre de Teresa Carreño. Tadeo se quedó perplejo y paralizado ante la puerta. Cuando volvió en sí, se dio cuenta de que el ballet se había perdido hacia el fondo del infinito pasillo. Dudo por unos segundos, pero lo hizo, tocó a la puerta.
—Vorwärts— respondió una voz femenina.
La curiosidad de Tadeo lo hizo asumir aquella respuesta como una licencia para pasar. Giró la manilla, abrió lentamente la puerta y ahí estaba: La Carreño. El camerino lucía como un santuario del arte, y ella… ella era una divinidad sentada en un sillón de terciopelo. Una valquiria vestida de negro que discretamente se secaba unas lágrimas sin pañuelo. Dirigió una frase a Tadeo, pero él no entendió el perfecto alemán en el que se consultaba el motivo de su presencia. Entre la fascinación y la piedad, Tadeo le acercó un pañuelillo y le habló mirando directamente a sus ojos.
—¿Por qué llora La Carreño?
—Hablas español… ¿De dónde eres?— preguntó Teresa asombrada. La cadencia de la voz de ese muchacho de inmediato la conectaron con su infancia, con su tierra.
—Del mismo lugar que usted. De Venezuela— respondió Tadeo con una sonrisa brotada de orgullo.
—Qué hermosa sorpresa, no sabía de otros venezolanos en el teatro. ¿Cómo llegaste?
Tadeo había olvidado resolver aquella pregunta. Así que contestó con la verdad.
—No lo sé. Creo que un mar de lágrimas me decantó en el escenario.
Teresa sonrío en la complicidad de quienes se entienden en lo ilógico. Se inclinó hacia Tadeo y le preguntó: —¿Y por qué lloraste ese mar de lágrimas?
—Soy bailarín, pero no puedo serlo.
­—A ver, explícame eso.
—La compañía a la que pertenezco se prepara para el montaje más importante de su historia y yo no he dado la talla. He fallado en los ensayos. No estoy concentrado, he abandonado la disciplina. Mi coreógrafo cree que no sirvo para esto, me quiere fuera de la obra.
—¿Y qué crees tú?, ¿sirves para el ballet?
—¡Sí! Toda mi vida he trabajado para convertirme en uno de los mejores. Solo que ahora no he podido rendir. Por más que lo intento no logro concentrarme. Hay muchas cosas que me lo impiden.
—¿Qué cosas?
—No lo he querido contar en la compañía. Mi padre es mi única familia y desde hace un mes ha enfermado gravemente. No tengo dinero para pagar a alguien que lo cuide durante mi ausencia, incluso no tengo dinero ni para pagar muchas de las medicinas y alimentos que necesita. Usted no imagina lo terrible de la situación por la que atravieso, y no solo desde ahora. Desde que mi madre murió todo es cada vez más difícil.
Teresa se levantó del sillón y caminó hasta el perchero en el que colgaban dos hermosos vestidos
—Dime, ¿cuál te gusta más? En menos de una hora es mi presentación. Quiero lucir muy bien.
—El de la izquierda— respondió Tadeo, ahora anonadado con lo que él interpretaba como un insensible gesto de La Carreño. No comprendía cómo mientras él le había contado sobre su pena,  ella solo pensaba en elegir un bonito vestido para su presentación. Sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos cuando Teresa se acercó de nuevo para mostrarle una fotografía en la que aparecía rodeada de cuatro niñas y un niño.
—Son mis hijos: Giovanni, Lulú, Teresita, Eugenia y Hertha. Falta Emilia. Los cinco son mi vida. Esta de acá es Teresita, siempre ha sido la más rebelde. Nunca he logrado que aproveche sus grandes dotes. Me culpa de no comprenderla y de tener 30 mil años de atraso en mi manera de pensar. Sin duda, la pequeña ha olvidado una de las razones por las que he sido criticada en Caracas.
—No puede ser usted una mujer más adelantada a su tiempo.
—Teresita no lo cree así. Ella solo me recuerda cuando tiene algún problema y necesita de mi ayuda. El verano pasado estuvo en Milán y al poco tiempo de escribirme sobre lo feliz que se encontraba, cayó enferma con una erupción y una fiebre que ennegrecieron su piel. La amiga con la que viajaba la dejó sola y la policía la descubrió sin certificado de nacimiento. Poco después se las arregló para llegar a Malta. Y hace un mes salió en un buque austriaco que llegó  Argelia bajo las declaraciones de guerra. Ahora Teresita está presa y acusada de espía.
—Lo lamento mucho. ¿Qué hará ahora?— expresó Tadeo avergonzado de haber juzgado a sus adentros la insensibilidad de Teresa.
—Un concierto. En pocos minutos, por cierto.
—Me refiero a su hija. ¿Cómo se encuentra ella?
—Teresita comparte un sucio calabozo con dos domadores alemanes y dos mujeres árabes, una que mató a su esposo y otra a su hijo. Mira —le mostró un recorte de prensa— aparece en los diarios como la que había dado la señal para que los alemanes bombardearan el puerto de Bône. Ella habla alemán perfectamente, así que eso juega en su contra. Podría ser fusilada de un momento a otro.
—¿Y qué hará usted? — exclamó Tadeo angustiado.
—Un concierto, ya te lo he dicho. En ocho minutos exactamente.
—¿Pero y su hija?
—Mi hija está en Argelia y necesita que yo haga este concierto y todos los que sean necesarios para reunir los recursos que me permitirán rescatarla. Mi hija está en un calabozo espantoso y necesita que yo mueva cielo y tierra para sacarla de ahí. Y querido, mi única forma de mover el cielo y la tierra es tocando el piano.
Tadeo quedó estupefacto con la claridad que tenía Teresa para resolver algo tan grave como salvar a una hija bajo amenaza de muerte. Mientras él se guardaba en la introspección, ella fue hasta el espejo para colocarse los aretes y con dulzura le recordó al muchacho que debía alistarse para el concierto.
—Querido debo ponerme el vestido que elegiste. Te invito a disfrutar del concierto a los pies del telón.
—Sí, será un placer— respondió Tadeo maravillado y consternado a la vez.
Antes de salir del camerino, los ojos de Teresa en el espejo se volvieron a los del joven bailarín para hacerle otra confesión.
—Cuando tenía nueve años, después de un gran concierto, le dije a mi madre que sería una artista toda mi vida.
El rostro de Teresa se iluminó con una sonrisa de Gioconda. Tadeo abandonó el camerino envuelto en una sensación de bautismo. Caminó hasta la parte posterior del escenario y ahí esperó a La Carreño. A los pocos minutos ella apareció radiante. Ante el piano lucía como la mujer más poderosa del mundo. “La valquiria a quienes los males mortales no podían alcanzar”. De la alquimia de sus dedos y el teclado floreció el hermoso vals “Mi Teresita”. Tadeo se sintió abrazado por aquellas notas; así cerró los ojos y se entregó al placer hasta que  una voz familiar inundó sus oídos.
—¡Levántate!— dijo América, su amiga.
* Este fue uno de los trabajos finales presentados en el Taller de Escritura Creativa Teresa Carreño: música, literatura y cine, realizado en la Sala de Lectura del Centro Documental del Teatro Teresa Carreño entre el mes de marzo y junio de 2016, dictado por el profesor Luiz Carlos Neves.
** Periodista nacida en La Guaira (Venezuela) el 26 de abril de 1984. Egresó en el año 2007 de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Católica Santa Rosa. Ha ejercido profesionalmente en medios de comunicación impresos y radiofónicos. Participó en el Taller de Escritura Creativa del Centro Documental Teatro Teresa Carreño. Actualmente forma parte del equipo de redacción de la revista histórica Memorias de Venezuela y continúa su formación literaria en el XIII Taller de Narrativa de Monte Ávila Editores.
Fotos de Teresa Carreño: Archivo Histórico Teresa Carreño/ Centro Documental Teatro Teresa Carreño.
Fotos de la Sala Ríos Reyna y bailarines: Stefano Svizzeretto (2012).