
¿Por qué Teresa Carreño se convirtió en la primera
concertista de Occidente? Porque fue la única mujer pianista en dedicar
más de medio siglo a la interpretación del instrumento estrella del
romanticismo en los más diversos escenarios a nivel mundial. Su trayectoria
comenzó desde niña y se mantuvo en escena hasta el último año de su vida. Esa
circunstancia hizo de ella no solo la pianista más famosa de la segunda mitad
del siglo XIX y comienzo del XX, sino también una notable compositora, una excelente
mezzosoprano por breve tiempo, una estricta profesora de piano y una
extraordinaria divulgadora universal de la música clásica.
Teresa fue hija de Manuel Antonio
Carreño y de Clorinda García de Sena y Toro, él el músico, periodista,
pedagogo y político; ella vinculada por partida doble con una de las familias
mantuanas, los del Toro, ya que era sobrina de María Teresa Rodríguez del Toro
(esposa del Simón Bolívar) y del tercer marqués del Toro. Nació en la Caracas del siglo XIX, el 22 de diciembre de 1853, en una
familia de tradición musical. Su bisabuelo paterno fue Adrián Alejandro Carreño,
quien era organista, compositor y maestro de capilla. Su abuelo paterno, José
Cayetano Carreño, heredó el talento musical familiar y junto a José Ángel Lamas, es considerado
como uno de los mejores compositores de la Venezuela colonial.
Teresita, una niña atraída por las
sonoridades del piano, comenzó sus estudios de ese instrumento a temprana edad,
con su propio padre como primer maestro. A los cinco años tocaba algunas piezas
e improvisaba lo “que ella llamaba óperas” para sus muñecas. Poco tiempo
después comenzaron sus metódicas y sistemáticas clases, sustentadas en el Curso
completo de ejercicios diarios para piano…, elaborado por el propio padre,
el cual abarcaba todas las dificultades técnicas y rítmicas con las que un
pianista podía encontrarse. Esas lecciones las alternaba con la lectura diaria
de música.
Al poco tiempo, Manuel Antonio
contrató al pianista alemán Julio Hohené para que se encargara de la enseñanza
de la pequeña. Hohené vivía entonces en Caracas y fue quien la introdujo en el
conocimiento de las obras de Félix Mendelssohn y de Frédéric Chopin. Paralelo a
ello, la niña Teresa se acercó a la obra de Carl Czerny, Henri Jérome Bertini,
Johann Sebastian Bach y Thalberg.
En Venezuela, antes de conquistar
la fama como niña prodigio realizó numerosos conciertos privados para los
amigos y conocidos de la familia, en los cuales daba a conocer sus progresos
con el piano. En esas reuniones se hacía música, se bailaba y se declamaba
poesía. Su repertorio para entonces estaba conformado por arreglos operísticos,
melodías populares y sus primeras composiciones. En 1862, en plena guerra
Federal (1859-1853), los Carreño-García de Sena dejaron Venezuela para
trasladarse al extranjero. Su primera estadía fue Estados Unidos,
residenciándose en Nueva York. Así es como se produce su debut en el Irving
Hall.
Cinco conciertos más que ejecutó
ese mismo año, entre los cuales se destaca el interpretado en la Academia de
Música de Brooklyn, hablan de su rotundo éxito en Nueva York. Luego se le
escuchó en Boston, La Habana, Matanzas, Cárdenas y la Casa Blanca. En esta
última fue invitada del presidente Abraham Lincoln (1809-1865). En los años siguientes, hasta 1866, después de un breve
retiro de los escenarios, continuó con la realización de nuevos conciertos que
le reportaron un enorme éxito y fama. Se presentó en Nueva York, Filadelfia,
Baltimore, Boston y otras ciudades norteamericanas, con lo cual se abría un
camino para su futura carrera en Europa.
La familia Carreño-García de Sena
llegó a París el 3 de mayo de 1866. La joven pianista, a los dos días de su
arribo a la capital francesa y gracias a las gestiones de monsieur Érard, dueño
de una sala de conciertos y director de una conocida fábrica de pianos, realizó
una audición con los pianistas Delcourt y Wilhelm Krüger en medio de una
temporada musical que culminaba.
Las buenas críticas de esta primera
audición motivaron la organización de una nueva que contó con la presencia del
pianista y compositor Joseph Quidant y el cornista Eugène Viver, quien la
invitó a participar en su concierto anual en la Sala Érard, evento en
el cual Teresa debutó para el público parisiense, el 6 de junio.

Desde Francia, inició su carrera de
concertista que la llevó a visitar inicialmente países de Europa y diversas
localidades de los Estados Unidos; y posteriormente Australia, Nueva Zelanda y
África del Sur, durante largas temporadas. En la mayoría de los casos, estuvo
acompañada de las más famosas orquestas dirigidas por eminentes maestros. Su
repertorio incluía conciertos de autores clásicos y románticos, además de sus
propias composiciones.
En
1873, se casó con el violinista Emile Sauret, quien la abandonó al poco tiempo.
Poco después, en 1876, comenzó a vivir de manera consensual con el cantante de
ópera Giovanni Tagliapetra, con quien fundó una empresa de conciertos, la
Carreño-Donaldi Operatic Gem Company. Del primero tuvo dos hijos, Emilita y un
niño que murió a los pocos días de nacido. De Giovanni tuvo a Lulú (1878), Teresita (1882) y Giovanni
(1885).

Al año
siguiente, ya en el “Bienio”, el general Antonio Guzmán Blanco le encargó
organizar la siguiente temporada de ópera en Caracas, lo cual ella se aprestó a
realizar con la mayor diligencia contratando artistas en Estados Unidos e
Italia. El clima de crispación política era complejo y los enemigos del
gobierno utilizaron la temporada para atacar al “Ilustre americano”.

A finales de la década de 1880, luego de pasar por Nueva York, regresó a Europa y comenzó a desempeñarse como solista de la Orquesta Filarmónica de Berlín. En esta última ciudad fijó su residencia. Su debut en la actual capital alemana lo realizó el 18 de noviembre de 1889, en la Saal der Singakademie, con la interpretación del Concierto en La Menor de Grieg, Variaciones sinfónicas de Robert Schumann y Polonesa de Carl Maria von Weber con arreglos de Liszt. La acompañó la Orquesta Filarmónica de Berlín, dirigida por Gustav F. Kogel, en un concierto que según la crítica fue todo un éxito y marcó el inicio definitivo de su carrera como concertista de fama internacional.
En esta época conoce al pianista
Eugene D'Albert, discípulo de Liszt y uno de los intérpretes más reconocidos de
Beethoven, con quien se casó en 1892, de quien tendría a sus hijas Eugenia
(1892) y Hertha (1894). Es reconocida la gran influencia de este músico en el
perfeccionamiento interpretativo de la venezolana. Finalmente, en cuanto a su
vida sentimental, en 1902, se casó, por cuarta y última vez, con el
comerciante Arturo Tagliapetra, cuñado por su segunda pareja.

Antes de iniciar este nuevo
recorrido salió de gira para Cuba. Ya en el barco rumbo a la isla, comenzó a ver doble, lo que
asumió como algo pasajero, sin mucha importancia. Una vez en La Habana, al
persistir el malestar se sometió al diagnóstico médico, quien certificó que
padecía “una diplopía de origen central, debida a la influencia de una
postración nerviosa general”, por lo que le recomendó “reposo absoluto que debe
durar hasta que los ojos vuelvan al estado normal”.
Eso
implicaba cancelar sus compromisos artísticos y retornar a Nueva York en
procura de un descanso, pero Teresa no escuchó los consejos médicos y el 18 de
marzo tocó su último concierto en la Sala Espadero. El programa
estuvo integrado por: Estudios sinfónicos de Schumann, Sonata
apassionata, op. 57 de Beethoven; Sueño de amor (Nocturno
en La Bemol) y Rapsodia húngara N° 6 de
Liszt; Preludio en Re Bemol, op. N° 15, Nocturno
en Sol Mayor, op. 37 N° 2 y Polonesa en La
Bemol Mayor, op. 53 de Chopin.
Al día siguiente, el diario El
Mundo de la isla, a propósito de la velada, apuntaba: “El Steinway que
tocó Mme. Carreño dejó de ser un piano para convertirse en una orquesta
celestial que tocaban ángeles. No hemos oído nunca a pianista alguna que nos
impresione al extremo que lo hiciera anoche la glorificada venezolana, que
debemos adorar por el goce que nos proporciona”.
De
inmediato tuvo que suspender la gira y se trasladó a Nueva York. En esta ciudad
le diagnosticaron una parálisis parcial del nervio óptico que amenazaba con
extenderse al cerebro, por lo que le prescribieron reposo absoluto y una dieta,
pero el 12 de junio de 1917 falleció. El periódico oficial del régimen
gomecista El Nuevo Diario anunció entonces: “Es con profundo dolor
como deploramos el fallecimiento de la eminente Teresa Carreño, auténtica
gloria de Venezuela”. Por su parte el diario El Universal anuncia la noticia con un cable de Nueva York y una
nota de la redacción que entre otras cosas dice: “era una legítima gloria venezolana
como pianista que supo penetrar en los más hondos secretos de su arte”.
Ya
casi a sus sesenta y cuatro años, Teresa se encontraba agotada por toda su
agitada vida alrededor del mundo, aunque conservaba mucha voluntad; por eso,
poco antes de su deceso, había comenzado a dar clases particulares en el
American Institute of Applied y continuaba con su actividad de concertista,
como ya vimos, presentándose en Boston, Chicago y Kansas City. Igualmente,
ofreció en la Casa Blanca un concierto a Woodrow Wilson, presidente de los
Estados Unidos.
La
vida para ella parecía continuar con la misma rutina practicada por largos
años, la cual no solo le permitía cumplir con los deberes económicos, sino
también mantener una excelente técnica interpretativa, agregar nuevas piezas a
su repertorio y seguir siendo la primera concertista de fama internacional. Por eso en 1917,
poco antes de morir, se encargó de una cátedra en el Colegio de Música de
Chicago y preparaba una gira por Sudamérica, que incluía Brasil, Venezuela y
Argentina. Pero todo esto, una mayor carga laboral, más la edad y las
complicaciones de salud que le aquejaban, se unieron para restarle días a su
vida.
La producción musical de Teresa,
dedicada esencialmente al piano, está constituida por composiciones en forma de
estudios, obras descriptivas, fantasías, aires de danza y obras para
coro. Entre sus piezas más famosas como compositora se cuentan: Himno
a Bolívar, La cesta de flores, La primavera, Un
baile en sueños, Una revista musical en Praga, Un sueño
en el mar, A Teresita y Cuarteto para cuerdas
en si bemol.
Una
vida dedicada al arte. Los hombres músicos de su época nunca le reconocieron
plenamente su individualidad, siempre en sus comentarios intentaban disminuir
sus facultades, considerando que un artista de su sexo no podía llegar a los
extremos que ella había alcanzado. Sin embargo, todos eran unánimes en
reconocer su fuerza interpretativa y energía, las cuales combinadas con su
belleza personal, su atractiva personalidad, la ternura, la poesía y su gracia
femenina la convertían en una artista integral, completa. Era el equilibrio
perfecto como ser humano, como artista.
Su trayectoria compitió con los grandes concertistas del momento,
la mayoría hombres formados en la escuela del Romanticismo. Del lado femenino,
las dos grandes figuras del momento, Sofía Menter (1846-1918), la reconocida
pianista alemana, ni la concertista rusa Annette Essipoff (1851-1914), nunca
lograron sobrepasar la dimensión alcanzada por la venezolana en el concierto
mundial. Por eso es la
primera concertista de Occidente. Y si tomamos en cuenta que el mundo, a medida
que nos acercamos a nuestro presente, se parece más al modelo civilizatorio
occidental, podemos decir que fue la primera concertista del mundo.
