LITERATURA (FICCIÓN)*
Por Jeylú
Pereda**
Era la tercera vez
que Tadeo llegaba tarde al ensayo. Al posarse en la entrada su imagen se
multiplicó en todos los espejos de la sala. Por unos segundos su mirada navegó
evasiva entre sus compañeros; trató de anclarla en la
complicidad que le brindaba su amiga América desde el piano, pero pronto
emergieron los espesos ojos negros de Fausto, que avanzaron hasta él con el
espíritu avasallante de una tormenta.
—¿Qué hora es Tadeo?
—Sé que he llegado
tarde Fausto, pero
—Ssshhhh… Solo te
estoy preguntando la hora Tadeo; sin embargo,
creo que tienes serias dificultades para dar lo que se te pide— dijo
Fausto en una voz serena, punzante y diligente para llegar a todos los oídos, a
todos los rincones.
Poseído en la
arrogancia de su leotardo negro caminó
hasta el centro de la sala, se colocó en el medio del ballet y de nuevo
apuntó su verbo y su mirada hacia Tadeo.
—Hay quienes afirman
que lo principal de un espectáculo es la coreografía, no el bailarín… Lamento
informarte que la coreografía está aquí Tadeo y que no necesito un bailarín,
sino un cuerpo de baile que se mueva en perfecto allegro. En un mes estaremos
en la Ríos Reyna, la sala más importante de este país, y no permitiré que el
público se vaya sin haber disfrutado del mejor montaje que se haya hecho para
homenajear a la gran Teresa Carreño. Si no puedes con eso, lo mejor es que te
retires; no solo de esta sala, sino de esta vida conocida como ballet.
Cada una de las
palabras de Fausto se convirtieron en cilicios que penetraron la mente y el
corazón de Tadeo. Se preguntaba por qué tenía que soportar aquel juicio sin
derecho a sacar a la luz las razones por las que se había convertido en lo que
todos veían: ¿un artista sin disciplina? No esgrimió defensa alguna. Sus pies
comenzaron a arder, tanto que bajó la mirada hacia ellos para corroborar que no
desprendían llamas. Se descalzó y echó a correr. Dejó atrás la sala de ensayo y
avanzó por los pasillos y las escaleras con la velocidad de un colibrí y no se
detuvo hasta que las plantas de sus pies sintieron la textura del lugar de sus
sueños: La Ríos Reyna.
La sala lucía impenetrable
toda su sensualidad. Tadeo no se contuvo, y sobre la piel del centro del
escenario soltó su llanto azul profundo. Lloró siete años de mala suerte que
cuidadosamente había ordenado detrás de sus sonrisas. Lloró hasta comprender
que las lágrimas solo son la transpiración y no el exorcismo del dolor.
Repentinamente, mientras estaba sentado refugiando la cabeza contra sus
rodillas y abrazando sus piernas como canaletas de lágrimas, sintió que el
escenario comenzaba a girar. Una, dos, tres vueltas. Cuando alzó la mirada, no
podía cree lo que ahora veía.
—¡Aufstehen!— Fue la
palabra que escuchó al tiempo que una suave mano apretó su hombro. Una hermosa
chica con un tutú perlado y alas de libélula le sonreía. De nuevo repetía
aquella palabra tan ajena a Tadeo. El movimiento de sus manos le dio luces para
entender que ella lo invitaba a levantarse. La estampida de bailarines que
salía del escenario en ese instante le advirtieron el sonido de la lengua alemana. La chica le hizo señas para
que siguiera al grupo de ballet. Tadeo lo hizo, pero no salía del asombro. Ya
no estaba en la Ríos Reyna y no tenía la menor idea de cómo había llegado a
otro teatro en el que todos hablaban alemán. Era un lugar muy elegante, mas los
bailarines parecían destilados en el tiempo. Tadeo se sintió dentro de una de
esas bolas de cristal que encierran ciudades en miniatura como recuerdo.
Los bailarines lo
guiaron a través de un estrecho pasillo. A cada lado había puertas con carteles
en los que se leían nombres de músicos, actrices y actores. La mayor sorpresa
fue cuando leyó en uno de ellos el nombre de Teresa Carreño. Tadeo se quedó
perplejo y paralizado ante la puerta. Cuando volvió en sí, se dio cuenta de que
el ballet se había perdido hacia el fondo del infinito pasillo. Dudo por unos
segundos, pero lo hizo, tocó a la puerta.
—Vorwärts— respondió
una voz femenina.
La curiosidad de
Tadeo lo hizo asumir aquella respuesta como una licencia para pasar. Giró la
manilla, abrió lentamente la puerta y ahí estaba: La Carreño. El camerino lucía
como un santuario del arte, y ella… ella era una divinidad sentada en un sillón
de terciopelo. Una valquiria vestida de negro que discretamente se secaba unas
lágrimas sin pañuelo. Dirigió una frase a Tadeo, pero él no entendió el
perfecto alemán en el que se consultaba el motivo de su presencia. Entre la
fascinación y la piedad, Tadeo le acercó un pañuelillo y le habló mirando
directamente a sus ojos.
—¿Por qué llora La
Carreño?
—Hablas español… ¿De
dónde eres?— preguntó Teresa asombrada. La cadencia de la voz de ese muchacho
de inmediato la conectaron con su infancia, con su tierra.
—Del mismo lugar que
usted. De Venezuela— respondió Tadeo con una sonrisa brotada de orgullo.
—Qué hermosa
sorpresa, no sabía de otros venezolanos en el teatro. ¿Cómo llegaste?
Tadeo había olvidado
resolver aquella pregunta. Así que contestó con la verdad.
—No lo sé. Creo que
un mar de lágrimas me decantó en el escenario.
Teresa sonrío en la
complicidad de quienes se entienden en lo ilógico. Se inclinó hacia Tadeo y le
preguntó: —¿Y por qué lloraste ese mar de lágrimas?
—Soy bailarín, pero
no puedo serlo.
—A ver, explícame
eso.
—La compañía a la que
pertenezco se prepara para el montaje más importante de su historia y yo no he
dado la talla. He fallado en los ensayos. No estoy concentrado, he abandonado
la disciplina. Mi coreógrafo cree que no sirvo para esto, me quiere fuera de la
obra.
—¿Y qué crees tú?,
¿sirves para el ballet?
—¡Sí! Toda mi vida he
trabajado para convertirme en uno de los mejores. Solo que ahora no he podido
rendir. Por más que lo intento no logro concentrarme. Hay muchas cosas que me
lo impiden.
—¿Qué cosas?
—No lo he querido
contar en la compañía. Mi padre es mi única familia y desde hace un mes ha
enfermado gravemente. No tengo dinero para pagar a alguien que lo cuide durante
mi ausencia, incluso no tengo dinero ni para pagar muchas de las medicinas y
alimentos que necesita. Usted no imagina lo terrible de la situación por la que
atravieso, y no solo desde ahora. Desde que mi madre murió todo es cada vez más
difícil.
Teresa se levantó del
sillón y caminó hasta el perchero en el que colgaban dos hermosos vestidos
—Dime, ¿cuál te gusta
más? En menos de una hora es mi presentación. Quiero lucir muy bien.
—El de la izquierda—
respondió Tadeo, ahora anonadado con lo que él interpretaba como un insensible
gesto de La Carreño. No comprendía cómo mientras él le había contado sobre su
pena, ella solo pensaba en elegir un
bonito vestido para su presentación. Sin embargo, sus pensamientos fueron
interrumpidos cuando Teresa se acercó de nuevo para mostrarle una fotografía en
la que aparecía rodeada de cuatro niñas y un niño.
—Son mis hijos:
Giovanni, Lulú, Teresita, Eugenia y Hertha. Falta Emilia. Los cinco son mi
vida. Esta de acá es Teresita, siempre ha sido la más rebelde. Nunca he logrado
que aproveche sus grandes dotes. Me culpa de no comprenderla y de tener 30 mil años
de atraso en mi manera de pensar. Sin duda, la pequeña ha olvidado una de las
razones por las que he sido criticada en Caracas.
—No puede ser usted
una mujer más adelantada a su tiempo.
—Teresita no lo cree
así. Ella solo me recuerda cuando tiene algún problema y necesita de mi ayuda.
El verano pasado estuvo en Milán y al poco tiempo de escribirme sobre lo feliz
que se encontraba, cayó enferma con una erupción y una fiebre que ennegrecieron
su piel. La amiga con la que viajaba la dejó sola y la policía la descubrió sin
certificado de nacimiento. Poco después se las arregló para llegar a Malta. Y hace
un mes salió en un buque austriaco que llegó
Argelia bajo las declaraciones de guerra. Ahora Teresita está presa y
acusada de espía.
—Lo lamento mucho.
¿Qué hará ahora?— expresó Tadeo avergonzado de haber juzgado a sus adentros la
insensibilidad de Teresa.
—Un concierto. En
pocos minutos, por cierto.
—Me refiero a su
hija. ¿Cómo se encuentra ella?
—Teresita comparte un
sucio calabozo con dos domadores alemanes y dos mujeres árabes, una que mató a
su esposo y otra a su hijo. Mira —le mostró un recorte de prensa— aparece en
los diarios como la que había dado la señal para que los alemanes bombardearan
el puerto de Bône. Ella habla alemán perfectamente, así que eso juega en su
contra. Podría ser fusilada de un momento a otro.
—¿Y qué hará usted? —
exclamó Tadeo angustiado.
—Un concierto, ya te
lo he dicho. En ocho minutos exactamente.
—¿Pero y su hija?
—Mi hija está en
Argelia y necesita que yo haga este concierto y todos los que sean necesarios
para reunir los recursos que me permitirán rescatarla. Mi hija está en un
calabozo espantoso y necesita que yo mueva cielo y tierra para sacarla de ahí.
Y querido, mi única forma de mover el cielo y la tierra es tocando el piano.
Tadeo quedó
estupefacto con la claridad que tenía Teresa para resolver algo tan grave como salvar
a una hija bajo amenaza de muerte. Mientras él se guardaba en la introspección,
ella fue hasta el espejo para colocarse los aretes y con dulzura le recordó al
muchacho que debía alistarse para el concierto.
—Querido debo ponerme
el vestido que elegiste. Te invito a disfrutar del concierto a los pies del
telón.
—Sí, será un placer—
respondió Tadeo maravillado y consternado a la vez.
Antes de salir del
camerino, los ojos de Teresa en el espejo se volvieron a los del joven bailarín
para hacerle otra confesión.
—Cuando tenía nueve
años, después de un gran concierto, le dije a mi madre que sería una artista
toda mi vida.
El rostro de Teresa
se iluminó con una sonrisa de Gioconda. Tadeo abandonó el camerino envuelto en
una sensación de bautismo. Caminó hasta la parte posterior del escenario y ahí
esperó a La Carreño. A los pocos minutos ella apareció radiante. Ante el piano
lucía como la mujer más poderosa del mundo. “La valquiria a quienes los males
mortales no podían alcanzar”. De la alquimia de sus dedos y el teclado floreció
el hermoso vals “Mi Teresita”. Tadeo se sintió abrazado por aquellas notas; así
cerró los ojos y se entregó al placer hasta que una voz familiar inundó sus oídos.
—¡Levántate!— dijo
América, su amiga.
* Este fue uno de los trabajos finales presentados en el Taller de Escritura Creativa Teresa Carreño: música, literatura y cine, realizado en la Sala de Lectura del Centro Documental del Teatro Teresa Carreño entre el mes de marzo y junio de 2016, dictado por el profesor Luiz Carlos Neves.
** Periodista nacida en La Guaira (Venezuela) el 26 de abril de 1984. Egresó en el año 2007 de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Católica Santa Rosa. Ha ejercido profesionalmente en medios de comunicación impresos y radiofónicos. Participó en el Taller de Escritura Creativa del Centro Documental Teatro Teresa Carreño. Actualmente forma parte del equipo de redacción de la revista histórica Memorias de Venezuela y continúa su formación literaria en el XIII Taller de Narrativa de Monte Ávila Editores.
Fotos de Teresa Carreño: Archivo Histórico Teresa Carreño/ Centro Documental Teatro Teresa Carreño.
Fotos de la Sala Ríos Reyna y bailarines: Stefano Svizzeretto (2012).
** Periodista nacida en La Guaira (Venezuela) el 26 de abril de 1984. Egresó en el año 2007 de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Católica Santa Rosa. Ha ejercido profesionalmente en medios de comunicación impresos y radiofónicos. Participó en el Taller de Escritura Creativa del Centro Documental Teatro Teresa Carreño. Actualmente forma parte del equipo de redacción de la revista histórica Memorias de Venezuela y continúa su formación literaria en el XIII Taller de Narrativa de Monte Ávila Editores.
Fotos de Teresa Carreño: Archivo Histórico Teresa Carreño/ Centro Documental Teatro Teresa Carreño.
Fotos de la Sala Ríos Reyna y bailarines: Stefano Svizzeretto (2012).
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