DOCUMENTOS HISTÓRICOS
Por Arturo González Ubán*
El 23 de diciembre de 1853 nace en Caracas la
figura más trascendental de la historia musical venezolana, Teresa Carreño con
su virtuosismo rompió los esquemas y fronteras de su época, el mundo fue su
escenario, conoció y fue admirada por los grandes y hoy el recuerdo de su
grandeza y de sus composiciones nos es más cercano. Arturo González es el
curador y celoso guardián que preserva la sala de exposiciones permanentes del
TTC, sus fotos, pinturas, condecoraciones, diarios, carteles… Su entrega es tan
intensa que algunos dicen en broma que es el marido de Teresa.
Teresa demostró sus dones musicales desde muy temprana edad. Su padre, que era pedagogo, se convirtió en su primer maestro de piano, y a los cinco años le entrenaba en la técnica pianística con una serie de ejercicios. Vivió hasta los ocho años en Venezuela. En agosto de 1862 partió en el barco Joseph Maxwell desde Puerto Cabello hacia Filadelfia en compañía de sus padres, Manuel Antonio su hermano, su abuela Gertrudis, el tío Juan de la Cruz Carreño y cinco fieles criados. La familia se residenció en Nueva York, en un apartamento de la Segunda Avenida.
Les
voy a contar unas anécdotas y pasajes de la vida de Teresa. Hizo su debut en el
Irving Hall de Nueva York el día 25 de noviembre de 1862. Cuando los padres y
la niña se dirigían en coche al Hall, las calles adyacentes estaban abarrotadas
de gente que quería ver a la niña prodigio que tuvieron que bajarse varias
cuadras antes y caminar entre la multitud que la vitoreaba y aplaudía.
La
crítica del New York Times de fecha 28 de noviembre de ese mismo año, entre
otras cosas dijo: “su rango se lo merece, no como una niña prodigio, quien a la
edad de ocho años ha vencido casi todas las dificultades técnicas del piano,
sino como una artista de sensibilidad de primera clase”.
Cuando
contaba apenas nueve años, fue invitada a tocar en la Casa Blanca para el
Presidente Lincoln y su esposa; fue recibida con gran formalidad y cordialidad,
pero cuando le pidieron que tocara el piano, asumió una actitud crítica hacia
todo, la silla era incómoda, los pedales apenas se podían alcanzar y la acción
de ejecutar una pieza en aquel piano (un Gran Schomacker) se hacía muy difícil,
fue entonces cuando su padre le sugirió que tocara algo de Bach para que
familiarizara con el piano. Esto le molestó mucho a la niña, e hizo que se
revelara tocando una pieza muy fuerte de Gottchalk que al padre no le gustó
para nada, pero al Presidente y a su esposa los emocionó mucho. Luego la Sra.
Lincoln le pidió que tocara The Mocking Bird (El pájaro Sinsonte), a lo que
Teresa respondió con mucho sentimiento. Desde esa corta edad ya se apreciaba el
temperamento fuerte que la caracterizó durante toda su vida. Manuel Antonio, su
padre, salió disculpándose hasta el final del salón.
A
los doce años de edad, la Sra. Erard invitó a Liszt para que escuchara a la
pequeña y aceptó encantado. Para el momento del encuentro estaban reunidos tres
grandes músicos: Saint Säens, Plante (gran pianista francés, a quien Teresa
dedicó años después una pieza de su propia inspiración). Para que la jovencita
se sintiera cómoda entre ellos, Liszt le dio un golpecito en los hombros y le
dijo que el tocaría primero y luego lo haría ella. Liszt tocó un andante de una
de las sonatas de Beethoven, luego la condujo al piano y se colocó en el lado
opuesto de la medida que continuaba, la atención de Liszt se acrecentaba al
punto que se levantó de la silla y se le colocó a su lado, diciéndole:
“pequeña, Dios te ha dado el mayor don que se le puede dar a un ser humano; el
genio, trabaja, desarrolla ese don y sobre todo mantente como tú misma y algún
día serás una de nosotros”.
A
los catorce años de edad, fue invitada a tocar en el Palacio de Marlbouroug en
Londres, para la entonces princesa de Gales, quien después fuera la Reina Alexandra.
Para esta gran ocasión creyeron conveniente que la joven pianista usara traje
de cola. La joven Teresa no estaba acostumbrada a esa clase de trajes, pero de
todas maneras se sintió muy orgullosa de usarlo y ser recibida por la Princesa
Real. Luego de atravesar el salón, para sentarse tuvo que hacer un movimiento a
la cola y no se percató de que había tumbado la silla: la pobre Teresa cayó
sentada en el piso causando gran alarma a la amable Princesa, que pensó que se
había lastimado. Este incidente causó mucha impresión en ella, desde que
entonces, cuando usaba trajes con largas colas en los escenarios, recordaba con
una mezcla de orgullo, felicidad y tristeza que tenía que ser cuidadosa al
sentarse en el piano.
En
1879, en un concierto de música de cámara, a última hora el cellista tuvo que
ser sustituido. Dijo un crítico que éste tuvo que agradecerle a las estrellas
que Teresa fuera capaz de interpretar su propia parte en el piano y tener que
hacerlo también por el cellista.
Debido
al éxito obtenido en Berlín, Teresa Carreño fue invitada a tocar en los mejores
teatros de Europa Occidental y también en Rusia. A mediados de enero de 1891
llega a San Petersburgo para realizar su primera gira en ese país. Al llegar se
encuentra con Anton Rubinstein, a quien no veía desde hacia veinte años,
reanudando una gran amistad que los unió desde entonces. Un hecho curioso fue
que en unos de sus conciertos se encontraba el joven Rachmaninov, de apenas 18
años de edad y que al escucharla dijo: “nunca en mi vida olvidaré a Teresa
toando el Concierto de Grieg y la Rapsodia Húngara N° 6 de Liszt”.
En
su repertorio destacaba la música romántica, en la que ponía mucho énfasis, la
música contemporánea, la clásica y preclásica, y sentía una gran afición por la
música moderna francesa. En una oportunidad se le preguntó por qué no tocaba
este tipo de música, a lo que respondió: “no vale la pena, si Ud. necesita
técnica, hay otras formas de practicar escalas… pero hay un punto a favor de
este tipo de música, si Ud. Comete un error nadie lo va a notar”.
Estando
en la ciudad de Rotoura, Nueva Zelandia, y cuando terminaba de arreglarse para
un concierto se fue la luz eléctrica… ella no se amilanaba por nada, encendió
una vela y se fue caminando hacia el teatro, cuando llegó allí, se encontró que
los acomodadores también estaban utilizando velas para llevar a los asistentes
a sus puestos y cuando llegó el momento de comenzar el concierto, esas velas
fueron colocadas al borde de escenario, lo que hacía visible la cara y las
manos de Teresa. La primera parte se llevó a efecto de la forma más
impresionante. Al volver la luz en la segunda parte, los asistentes
protestaron.
Una
noche del año 1900 al llegar la pianista a la estación El Paso (Texas),
procedente de Los Ángeles, (California), ella y su esposo le entregaron las
maletas a quien creyeron sería el portero del hotel. Entre el equipaje se
encontraba el maletín donde llevaba todos sus documentos, dinero, pasaportes,
contratos, etc., y sin los cuales no hubiera podido continuar su gira. Al
llegar al hotel se dieron cuenta de que faltaba el maletín. Llamaron para
reclamar la pérdida. Este les contestó que iría a la estación de tren a buscarlo,
y a los pocos minutos regresó sin haberlo encontrado. Ella decidió ir con él a
buscarlo y acudieron a la estación de policía. Aquí comienza la parte cómica de
este incidente. Cuando el empresario abrió la puerta, allí se encontraban
cuatro fornidos policías jugando cartas y cada uno de ellos cargaba dos enormes
pistolas en el cinturón. Al entrar, los cuatro saltaron de sus asientos
agarrando las pistolas una en cada mano, a lo que ella les dijo: “un momento
señores, no dispares todavía”. La artista dijo que nunca olvidaría la expresión
de sus caras. El jefe de los cuatro se acercó y ella le explicó su situación y
su importancia, a lo que él le dijo que recobraría su maletín antes del
amanecer, y que si tenía que despertar a todo el mundo en la ciudad, lo haría.
Fue a varios hoteles de la ciudad y en uno de ellos estaba el maletín esperando
que alguien lo reclamara.
Teresa
contó a una de sus alumnas acerca de una historia que nunca olvidaría: Una
mañana en Berlín ella estaba ensayando el concierto de Grieg con la Orquesta
Filarmónica de Berlín, bajo la dirección de von Bülow, y cuando terminó de
tocar, un hombre se paró adelante y puso sus manos sobre las suyas y le dijo
que estaba muy feliz de oírla tocar. Teresa, que estaba apurada esa mañana,
estrechó las manos del extraño sin prestarle importancia, y le dio las gracias
muy ligeramente antes de marcharse. Pero el “hombrecito” le sostuvo las manos y
le dijo: “me gustó mucho la forma como usted tocó señora, y también el cambio
que hizo en ciertas notas, en la última parte, en octavas. Es mejor así”.
Teresa sonrió otra vez y le contestó: “gracias”. Luego el “hombrecito” le dijo
tranquilamente: “yo soy Edward Grieg”. Muchas visitas placenteras siguieron a
ese feliz encuentro. Después de un tiempo él tuvo la oportunidad de dirigirla
en este mismo concierto.
En
Australia, en junio de 1907, le hicieron una entrevista y le preguntaron:
“-¿Alguna composición original?” Y contestó: “Revue in Prague” (Desfile en
Praga), un Capricho a la Polaca, la cual ha sido adoptada por las bandas
militares francesas y ha sido tocada en Coblenz, y también en América del
Norte.
En
enero de 1914, tocando en Canadá y antes de finalizar un concierto de Schumann,
tuvo que parar de repente en forma abrupta debido a que unos de los pedales se
rompió. Ella levantó sus manos como signo de angustia y dijo: “yo no puedo
continuar, el pedal está roto” y se fue del escenario. Regresó al cabo de unos
pocos minutos y le comunicó a la audiencia: “damas y caballeros, el pedal se
rompió, no puedo continuar. El manager me ha prometido arreglarlo o colocar
otro piano para proseguir”. Ella fue recompensada por este gesto, con un fuerte
aplauso.
En
marzo de 1914 en la ciudad de Kansas, y al hacer su entrada al escenario del
Teatro Schubert, donde daría un concierto con la Orquesta Sinfónica de esa
ciudad, los músicos saltaron de sus asientos y empezaron a tocarle una
“fanfarria”, saludo que se hace a personas de cierta distinción y también a
personalidades de la nobleza. La escena impresionante, cuando los músicos
empezaron a sonar sus instrumentos metálicos apagando aplausos de la audiencia
que llenaba el teatro, quienes también habían saltado de sus asientos, Teresa
estaba visiblemente conmovida con la recepción, una atractiva mujer de cabellos
grises con cincuenta años de triunfos pianísticos. Ella se volteó y saludó a la
audiencia y también se dirigió a estrecharle la mano al director de orquesta,
mientras que los instrumentos musicales seguían sonando.
Cuando
llega a La Habana y empieza a sufrir de “Diplópia” en marzo de 1917, llamaron
al Dr. Desvernine, éste la vio y cuando llego a la casa le comentó a su madre
que había examinado a la gran pianista, a lo que la madre le contó que él no se
acordaba, pero que cuando ella visitó La Habana, siendo una niña de ocho años,
él fue escogido como paje para entregarle una corona de laureles de oro, y él
fue requerido debido a que su padre fue unagran músico para aquella época.
Teresa
y su esposo regresan a Nueva York, y ésta muere el día martes 12 de junio de
1917, a las siete de la noche. El servicio fúnebre fue uno de los más
impresionantes jamás asistido. La simplicidad y belleza con que fue llevado a
cabo el servicio, fue acorde con lo que fue la vida de esta insigne artista. El
funeral fue privado en algún sentido, asistieron amigos, artistas y discípulos
que llenaron el apartamento donde justamente meses antes había encontrado para
pasar ratos felices.
La
ceremonia fue leía por el Dr. Louis K. Anspacher, decano de la Universidad de
Columbia, que dirigió el rito episcopal con una magnifica elegía por la gran
artista y mujer. La señora Emily Bauer tocó “mi Dios acercate a él” y la Sra.
Delfina Marsh cantó “Dios secará las lágrimas de sus ojos” y “Oh! Descansa en
Dios” de Felix Mendelsshon. El ataúd fue llevado en andas por Ignacio J.
Padereswky, Misha Elman, Albert Spalding, Carlos Steinway y otras grandes personalidades
del mundo musical.
Veintiún
años después de su muerte sus cenizas fueron traídas a Venezuela en un ánfora
de bronce esculpida por el artista venezolano Nicolás Veloz, con una
inscripción en latín y la efigie de Teresa, en una ceremonia que se celebró el
día 15 de febrero de 1938, en el Cementerio General del sur. En honor a esa
repatriación, el gobierno de esa época emitió una estampilla de correos
conmemorativa con la efigie de Teresa Carreño, y esto constituyó un hecho
significativo, ya que fue la primera mujer ligada al mundo musical, en aparecer
en un sello de correos.
En
un momento de recogimiento consigo misma, Teresa dijo: he amado tanto a
Venezuela, la he amado a veces por sus desgracias, otras por la generosidad de
su madre naturaleza y siempre siendo una madre irreemplazable. En su seno quiero
dormir el sueño de la tierra. Es allí donde quiero que reposen mis cenizas.
El
día 9 de diciembre de 1977, ante la presencia del Presidente de la República, y
las más altas personalidades del país, familiares y amigos de la pianista,
fueron trasladadas las cenizas de Teresa desde el Cementerio General del Sur al
Panteón Nacional e inhumadas muy cerca de donde reposan los restos de nuestra
heroína Luisa Cáceres de Arismendi. La ceremonia empezó a las nueve de la
mañana con la presencia de varios coros de todo el país, así como también
algunas orquestas. Se interpretó entre otras piezas, el Himno a Bolívar de
Teresa Carreño a cargo de la Orquesta Nacional Juvenil, y el coro de Cámara de
Caracas de la Universidad Central de Venezuela. El Panteón Nacional estaba
lleno y todos los presentes lo escucharon de pie, en sincero homenaje a la
ilustre pianista venezolana, quien ahora reposa al lado de nuestros héroes.
Revista
Entreacto, agosto-septiembre 1993. Caracas.
* Arturo González Ubán (1916-2010), conocido como El chamo fue el curador de la Sala Permanente Teresa Carreño desde su inauguración en 1988 hasta el año 2009.
Imágenes: Centro Documental Teatro Teresa Carreño.
Imágenes: Centro Documental Teatro Teresa Carreño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario