martes, 17 de enero de 2017

“Teresa Carreño: anécdotas y pasajes



DOCUMENTOS HISTÓRICOS
Por Arturo González Ubán*


El 23 de diciembre de 1853 nace en Caracas la figura más trascendental de la historia musical venezolana, Teresa Carreño con su virtuosismo rompió los esquemas y fronteras de su época, el mundo fue su escenario, conoció y fue admirada por los grandes y hoy el recuerdo de su grandeza y de sus composiciones nos es más cercano. Arturo González es el curador y celoso guardián que preserva la sala de exposiciones permanentes del TTC, sus fotos, pinturas, condecoraciones, diarios, carteles… Su entrega es tan intensa que algunos dicen en broma que es el marido de Teresa.

Teresa demostró sus dones musicales desde muy temprana edad. Su padre, que era pedagogo, se convirtió en su primer maestro de piano, y a los cinco años le entrenaba en la técnica pianística con una serie de ejercicios. Vivió hasta los ocho años en Venezuela. En agosto de 1862 partió en el barco Joseph Maxwell desde Puerto Cabello hacia Filadelfia en compañía de sus padres, Manuel Antonio su hermano, su abuela Gertrudis, el tío Juan de la Cruz Carreño y cinco fieles criados. La familia se residenció en Nueva York, en un apartamento de la Segunda Avenida.
Les voy a contar unas anécdotas y pasajes de la vida de Teresa. Hizo su debut en el Irving Hall de Nueva York el día 25 de noviembre de 1862. Cuando los padres y la niña se dirigían en coche al Hall, las calles adyacentes estaban abarrotadas de gente que quería ver a la niña prodigio que tuvieron que bajarse varias cuadras antes y caminar entre la multitud que la vitoreaba y aplaudía.
La crítica del New York Times de fecha 28 de noviembre de ese mismo año, entre otras cosas dijo: “su rango se lo merece, no como una niña prodigio, quien a la edad de ocho años ha vencido casi todas las dificultades técnicas del piano, sino como una artista de sensibilidad de primera clase”.
Cuando contaba apenas nueve años, fue invitada a tocar en la Casa Blanca para el Presidente Lincoln y su esposa; fue recibida con gran formalidad y cordialidad, pero cuando le pidieron que tocara el piano, asumió una actitud crítica hacia todo, la silla era incómoda, los pedales apenas se podían alcanzar y la acción de ejecutar una pieza en aquel piano (un Gran Schomacker) se hacía muy difícil, fue entonces cuando su padre le sugirió que tocara algo de Bach para que familiarizara con el piano. Esto le molestó mucho a la niña, e hizo que se revelara tocando una pieza muy fuerte de Gottchalk que al padre no le gustó para nada, pero al Presidente y a su esposa los emocionó mucho. Luego la Sra. Lincoln le pidió que tocara The Mocking Bird (El pájaro Sinsonte), a lo que Teresa respondió con mucho sentimiento. Desde esa corta edad ya se apreciaba el temperamento fuerte que la caracterizó durante toda su vida. Manuel Antonio, su padre, salió disculpándose hasta el final del salón.
A los doce años de edad, la Sra. Erard invitó a Liszt para que escuchara a la pequeña y aceptó encantado. Para el momento del encuentro estaban reunidos tres grandes músicos: Saint Säens, Plante (gran pianista francés, a quien Teresa dedicó años después una pieza de su propia inspiración). Para que la jovencita se sintiera cómoda entre ellos, Liszt le dio un golpecito en los hombros y le dijo que el tocaría primero y luego lo haría ella. Liszt tocó un andante de una de las sonatas de Beethoven, luego la condujo al piano y se colocó en el lado opuesto de la medida que continuaba, la atención de Liszt se acrecentaba al punto que se levantó de la silla y se le colocó a su lado, diciéndole: “pequeña, Dios te ha dado el mayor don que se le puede dar a un ser humano; el genio, trabaja, desarrolla ese don y sobre todo mantente como tú misma y algún día serás una de nosotros”.
A los catorce años de edad, fue invitada a tocar en el Palacio de Marlbouroug en Londres, para la entonces princesa de Gales, quien después fuera la Reina Alexandra. Para esta gran ocasión creyeron conveniente que la joven pianista usara traje de cola. La joven Teresa no estaba acostumbrada a esa clase de trajes, pero de todas maneras se sintió muy orgullosa de usarlo y ser recibida por la Princesa Real. Luego de atravesar el salón, para sentarse tuvo que hacer un movimiento a la cola y no se percató de que había tumbado la silla: la pobre Teresa cayó sentada en el piso causando gran alarma a la amable Princesa, que pensó que se había lastimado. Este incidente causó mucha impresión en ella, desde que entonces, cuando usaba trajes con largas colas en los escenarios, recordaba con una mezcla de orgullo, felicidad y tristeza que tenía que ser cuidadosa al sentarse en el piano.
En 1879, en un concierto de música de cámara, a última hora el cellista tuvo que ser sustituido. Dijo un crítico que éste tuvo que agradecerle a las estrellas que Teresa fuera capaz de interpretar su propia parte en el piano y tener que hacerlo también por el cellista.
Debido al éxito obtenido en Berlín, Teresa Carreño fue invitada a tocar en los mejores teatros de Europa Occidental y también en Rusia. A mediados de enero de 1891 llega a San Petersburgo para realizar su primera gira en ese país. Al llegar se encuentra con Anton Rubinstein, a quien no veía desde hacia veinte años, reanudando una gran amistad que los unió desde entonces. Un hecho curioso fue que en unos de sus conciertos se encontraba el joven Rachmaninov, de apenas 18 años de edad y que al escucharla dijo: “nunca en mi vida olvidaré a Teresa toando el Concierto de Grieg y la Rapsodia Húngara N° 6 de Liszt”.
En su repertorio destacaba la música romántica, en la que ponía mucho énfasis, la música contemporánea, la clásica y preclásica, y sentía una gran afición por la música moderna francesa. En una oportunidad se le preguntó por qué no tocaba este tipo de música, a lo que respondió: “no vale la pena, si Ud. necesita técnica, hay otras formas de practicar escalas… pero hay un punto a favor de este tipo de música, si Ud. Comete un error nadie lo va a notar”.
Estando en la ciudad de Rotoura, Nueva Zelandia, y cuando terminaba de arreglarse para un concierto se fue la luz eléctrica… ella no se amilanaba por nada, encendió una vela y se fue caminando hacia el teatro, cuando llegó allí, se encontró que los acomodadores también estaban utilizando velas para llevar a los asistentes a sus puestos y cuando llegó el momento de comenzar el concierto, esas velas fueron colocadas al borde de escenario, lo que hacía visible la cara y las manos de Teresa. La primera parte se llevó a efecto de la forma más impresionante. Al volver la luz en la segunda parte, los asistentes protestaron.

Una noche del año 1900 al llegar la pianista a la estación El Paso (Texas), procedente de Los Ángeles, (California), ella y su esposo le entregaron las maletas a quien creyeron sería el portero del hotel. Entre el equipaje se encontraba el maletín donde llevaba todos sus documentos, dinero, pasaportes, contratos, etc., y sin los cuales no hubiera podido continuar su gira. Al llegar al hotel se dieron cuenta de que faltaba el maletín. Llamaron para reclamar la pérdida. Este les contestó que iría a la estación de tren a buscarlo, y a los pocos minutos regresó sin haberlo encontrado. Ella decidió ir con él a buscarlo y acudieron a la estación de policía. Aquí comienza la parte cómica de este incidente. Cuando el empresario abrió la puerta, allí se encontraban cuatro fornidos policías jugando cartas y cada uno de ellos cargaba dos enormes pistolas en el cinturón. Al entrar, los cuatro saltaron de sus asientos agarrando las pistolas una en cada mano, a lo que ella les dijo: “un momento señores, no dispares todavía”. La artista dijo que nunca olvidaría la expresión de sus caras. El jefe de los cuatro se acercó y ella le explicó su situación y su importancia, a lo que él le dijo que recobraría su maletín antes del amanecer, y que si tenía que despertar a todo el mundo en la ciudad, lo haría. Fue a varios hoteles de la ciudad y en uno de ellos estaba el maletín esperando que alguien lo reclamara.
Teresa contó a una de sus alumnas acerca de una historia que nunca olvidaría: Una mañana en Berlín ella estaba ensayando el concierto de Grieg con la Orquesta Filarmónica de Berlín, bajo la dirección de von Bülow, y cuando terminó de tocar, un hombre se paró adelante y puso sus manos sobre las suyas y le dijo que estaba muy feliz de oírla tocar. Teresa, que estaba apurada esa mañana, estrechó las manos del extraño sin prestarle importancia, y le dio las gracias muy ligeramente antes de marcharse. Pero el “hombrecito” le sostuvo las manos y le dijo: “me gustó mucho la forma como usted tocó señora, y también el cambio que hizo en ciertas notas, en la última parte, en octavas. Es mejor así”. Teresa sonrió otra vez y le contestó: “gracias”. Luego el “hombrecito” le dijo tranquilamente: “yo soy Edward Grieg”. Muchas visitas placenteras siguieron a ese feliz encuentro. Después de un tiempo él tuvo la oportunidad de dirigirla en este mismo concierto.
En Australia, en junio de 1907, le hicieron una entrevista y le preguntaron: “-¿Alguna composición original?” Y contestó: “Revue in Prague” (Desfile en Praga), un Capricho a la Polaca, la cual ha sido adoptada por las bandas militares francesas y ha sido tocada en Coblenz, y también en América del Norte.
En enero de 1914, tocando en Canadá y antes de finalizar un concierto de Schumann, tuvo que parar de repente en forma abrupta debido a que unos de los pedales se rompió. Ella levantó sus manos como signo de angustia y dijo: “yo no puedo continuar, el pedal está roto” y se fue del escenario. Regresó al cabo de unos pocos minutos y le comunicó a la audiencia: “damas y caballeros, el pedal se rompió, no puedo continuar. El manager me ha prometido arreglarlo o colocar otro piano para proseguir”. Ella fue recompensada por este gesto, con un fuerte aplauso.
En marzo de 1914 en la ciudad de Kansas, y al hacer su entrada al escenario del Teatro Schubert, donde daría un concierto con la Orquesta Sinfónica de esa ciudad, los músicos saltaron de sus asientos y empezaron a tocarle una “fanfarria”, saludo que se hace a personas de cierta distinción y también a personalidades de la nobleza. La escena impresionante, cuando los músicos empezaron a sonar sus instrumentos metálicos apagando aplausos de la audiencia que llenaba el teatro, quienes también habían saltado de sus asientos, Teresa estaba visiblemente conmovida con la recepción, una atractiva mujer de cabellos grises con cincuenta años de triunfos pianísticos. Ella se volteó y saludó a la audiencia y también se dirigió a estrecharle la mano al director de orquesta, mientras que los instrumentos musicales seguían sonando.
Cuando llega a La Habana y empieza a sufrir de “Diplópia” en marzo de 1917, llamaron al Dr. Desvernine, éste la vio y cuando llego a la casa le comentó a su madre que había examinado a la gran pianista, a lo que la madre le contó que él no se acordaba, pero que cuando ella visitó La Habana, siendo una niña de ocho años, él fue escogido como paje para entregarle una corona de laureles de oro, y él fue requerido debido a que su padre fue unagran músico para aquella época.
Teresa y su esposo regresan a Nueva York, y ésta muere el día martes 12 de junio de 1917, a las siete de la noche. El servicio fúnebre fue uno de los más impresionantes jamás asistido. La simplicidad y belleza con que fue llevado a cabo el servicio, fue acorde con lo que fue la vida de esta insigne artista. El funeral fue privado en algún sentido, asistieron amigos, artistas y discípulos que llenaron el apartamento donde justamente meses antes había encontrado para pasar ratos felices.
La ceremonia fue leía por el Dr. Louis K. Anspacher, decano de la Universidad de Columbia, que dirigió el rito episcopal con una magnifica elegía por la gran artista y mujer. La señora Emily Bauer tocó “mi Dios acercate a él” y la Sra. Delfina Marsh cantó “Dios secará las lágrimas de sus ojos” y “Oh! Descansa en Dios” de Felix Mendelsshon. El ataúd fue llevado en andas por Ignacio J. Padereswky, Misha Elman, Albert Spalding, Carlos Steinway y otras grandes personalidades del mundo musical.
Veintiún años después de su muerte sus cenizas fueron traídas a Venezuela en un ánfora de bronce esculpida por el artista venezolano Nicolás Veloz, con una inscripción en latín y la efigie de Teresa, en una ceremonia que se celebró el día 15 de febrero de 1938, en el Cementerio General del sur. En honor a esa repatriación, el gobierno de esa época emitió una estampilla de correos conmemorativa con la efigie de Teresa Carreño, y esto constituyó un hecho significativo, ya que fue la primera mujer ligada al mundo musical, en aparecer en un sello de correos.
En un momento de recogimiento consigo misma, Teresa dijo: he amado tanto a Venezuela, la he amado a veces por sus desgracias, otras por la generosidad de su madre naturaleza y siempre siendo una madre irreemplazable. En su seno quiero dormir el sueño de la tierra. Es allí donde quiero que reposen mis cenizas.

El día 9 de diciembre de 1977, ante la presencia del Presidente de la República, y las más altas personalidades del país, familiares y amigos de la pianista, fueron trasladadas las cenizas de Teresa desde el Cementerio General del Sur al Panteón Nacional e inhumadas muy cerca de donde reposan los restos de nuestra heroína Luisa Cáceres de Arismendi. La ceremonia empezó a las nueve de la mañana con la presencia de varios coros de todo el país, así como también algunas orquestas. Se interpretó entre otras piezas, el Himno a Bolívar de Teresa Carreño a cargo de la Orquesta Nacional Juvenil, y el coro de Cámara de Caracas de la Universidad Central de Venezuela. El Panteón Nacional estaba lleno y todos los presentes lo escucharon de pie, en sincero homenaje a la ilustre pianista venezolana, quien ahora reposa al lado de nuestros héroes. 
Revista Entreacto, agosto-septiembre 1993. Caracas.
* Arturo González Ubán (1916-2010), conocido como El chamo fue el curador de la Sala Permanente Teresa Carreño desde su inauguración en 1988 hasta el año 2009.
Imágenes: Centro Documental Teatro Teresa Carreño.

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