domingo, 5 de noviembre de 2017

Para conocer a Teresa Carreño

Por Einar Goyo Ponte
PALABRAS DE PRESENTACIÓN
Hacer historia y escribir la historia son dos asuntos muy distintos. Si comparamos sus procesos, quizás acordarán conmigo en que lo primero es más fácil que lo segundo. No es necesario ser héroe o criminal para hacer historia. De hecho, todos estamos constantemente haciendo historia, la mayoría de las veces, sin mover un dedo. Pero escribirla tiene unas exigencias muy particulares. Para escribir la historia hay que recopilar, organizar, investigar documentos, darles forma, estudiar un contexto y hasta una fenomenología. La historia de los sucesos y los hombres que los detonan, promueven o activan tiende a hacer perdurar en la memoria eventos u obras que generan consecuencias. Dos de ellas, al menos, muy notables y trascendentes: el momento presente y nosotros, sus habitantes.


En el terreno de la historia política o social, esas consecuencias cotidianas permiten con relativa facilidad las pesquisas y tareas que posibilitan la escritura de la historia. La historia de las artes requiere de los libros, las palabras, las obras plásticas, arquitectónicas, el testimonio de un ideario. En el caso de estas disciplinas humanas, el producto del artista suele ser el principal documento para historiar un devenir de carácter estético.
Pero, ¿saben qué es verdaderamente difícil? Hacer historia de la vida y la obra de un músico, porque su obra, su producto pertenece al terreno de lo intangible. La vida de un músico, ejecutante o compositor, requiere de un sonido, de aquello que efectivamente nos permita constatar su grandeza y trascendencia.
En Venezuela historiar la música es una disciplina particularmente difícil. Es proverbial la corta memoria de nuestra idiosincrasia. Quizás muchos de nuestros males presentes se explicarían por ese empecinamiento tan vernáculo de olvidar o desconocer nuestro pasado. Los caudillos mesiánicos se sustentan principalmente en esa ventaja. Como nadie recuerda lo ocurrido años o décadas antes, puede venderse con apariencia de novedad, de estreno y de panacea. Pues ese mismo conflicto de nuestra identidad reverbera cuando hacemos la historia de la música de nuestro país. Quizás en el terreno popular ese estigma se diluya al mínimo, pero en el de un personaje como Teresa Carreño, la figura que hoy nos convoca en este recinto, nos enfrenta con un involuntario interrogante: ¿cómo traducir a la expresión que sustentaba su vivir en el mundo, aquello que la motivaba? ¿Cómo reencontrar la esencia intemporal de la Carreño, más allá de sus amores, sus carencias, sus miserias, su fortaleza, su carácter, sino es a través de su música?
Y es que un músico es sobre todo su obra. Su vida puede ser intrascendente u odiosa, demasiado conflictiva o pasiva, pero su verdad, su materia perdurable, su más allá, que es lo que nos la aproxima a nosotros, es su música. Lo mismo podríamos decir de Juan José Landaeta, de Delgado Palacios, Vicente Emilio Sojo, Juan Bautista Plaza, Antonio Estévez, Inocente Carreño o Antonio Lauro. Todo lo conocido y escrito sobre ellos se comprende, cobra sentido, amanece y se asienta en el presente de nuestras vidas cuando su música suena.
En el libro, en la investigación, que Jesús Eloy Gutiérrez, pone a nuestra disposición, en su segunda edición, y que promete ampliar para darnos un perfil cada vez más completo de la gran venezolana, pianista, mujer y creadora que fue Teresa Carreño, no se olvida nunca esa referencia o necesidad sonora: cada episodio de su vida lleva asociada una banda sonora que Jesús Eloy registra, enumera, comenta, y al final están las referencias con sus pautas rigurosas y documentadas. Eso que el libro no puede hacer: sonar, desgranar sus escalas o acordes, se prepara para que el lector desande un hilo de Ariadna musical que nos lleve de la oscuridad silenciosa del Minotauro a través del laberinto, a la luz de la música de Teresa Carreño, pues nos indica qué escuchar, dónde y cómo. Comparte con nosotros su dedicada, vigilante, incansable investigación.

Es una lástima que mientras escuchemos el repertorio que los pianistas de hoy nos ofrecerán, no podamos leer el libro de Jesús Eloy Gutiérrez. Si así fuera saldríamos de esta sala hoy, con un perfil de Teresa Carreño casi en tercera dimensión. Sabríamos de su infancia, de sus sinsabores, de su talento admirado y reconocido por los músicos y creadores más grandes de su época, de su estatura universal, y sabríamos cómo suena esa gloria, qué tonos mayores o menores, qué cromatismos, qué potentes octavas o qué delicados arpegios matizaron o representaron el alma de la artista entonces, mientras experimentaba la circunstancia vital, y entenderíamos a cabalidad su componente imperecedero, aquello que la hace merecedora de nuestra memoria, admiración y sincronización con nuestra vida y nuestro hoy. Entre la lectura del impecable texto de Jesús Eloy y la música que oiremos hoy en la calidez de la Maestra Gioconda Vázquez y sus alumnos, veríamos verificarse un milagro: sentiríamos la presencia viva de Teresa Carreño, oyendo/oyéndose, allí sentada entre nosotros.
Y la reconoceríamos.
Muchas gracias.
Einar Goyo Ponte.

30 de septiembre, 2017.
Asociación Cultural Humboldt, Caracas-Venezuela

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