Por Eduardo Lira Espejo*
DOCUMENTOS HISTÓRICOS
A fines del siglo pasado y en las primeras dos
décadas del actual**, el luminoso nombre de Teresa Carreño, la pianista sublime
que se hizo aplaudir en uno y en otro continente, fue noticia constante, tema
periodístico internacional. Ahora a los sesenta años de su muerte, el nombre de
la inmortal venezolana hace noticia en su tierra natal con motivo del acuerdo
de Senado de la República, mediante el cual decide trasladar sus venerados
restos al Panteón Nacional, a fin de que reposen al lado de los Libertadores y
próceres que nos dieron la libertad y afianzaron la nacionalidad, y junto a los
grandes, del intelecto y de las ciencias de Venezuela. Acuerdo en homenaje a
los méritos singulares de la ilustre y célebre compatriota, cuyo gusto
artístico y fama mundial como gran pianista de todos los tiempos han dado
gloria auténtica a Venezuela, dice el documento en referencia.
Venezuela honra a la caraqueña que naciera el 22 de
diciembre de 1853. Descendiente de dos familias ilustres ya que su madre, doña
Clorinda García de Sena y Toro, era sobrina de la esposa del Libertador;
mientras que su padre don Manuel Antonio Carreño fue hijo de don Cayetano
Carreño, el extraordinario compositor de la época colonial, autor de la Oración
en el Huerto, una de las partituras maestras de las pertenecientes a la Escuela
de Chacao. Don Cayetano Carreño, abuelo de Teresa, era hermano del célebre Don
Simón Rodríguez, profesor de Simón Bolívar. Este don Manuel Antonio Carreño,
progenitor de Teresa, es el autor del Manual de la Urbanidad y Buenas Maneras,
cuyas severas reglas fueron impuestas en la educación social latinoamericana,
preferentemente en la caraqueña, de tal manera que este manual revela las
costumbres y convivencias de las familias de aquella época. Pero don Manuel
Antonio Carreño, que provenía de una sobresaliente familia de músicos, él era
músico también. Fue el primero en advertir las excepcionales dotes de su hija.
Fue su primer maestro de piano, la introdujo al estudio del instrumento de
acuerdo a su particular pedagogía. Para ella escribió más de quinientos ejercicios,
los cuales practicó a diario la pequeña infante, desde los tres años de edad.
En este ambiente de cultura y de severidad, de arte y de acatamiento a los
buenos modales, se desarrollaron los primeros años de existencia de la precoz
pianista, hasta que la familia parte a Nueva York con el fin de buscar para el
prodigio pianístico las enseñanzas de buenos profesores.
Venezuela honra a la pianista que desde pequeña
estuvo decidida a ser grande, a convertirse en pianista excepcional. La familia
Carreño viaja a los Estados Unidos en 1862, siendo entonces Teresa una niña de
nueve años de edad. Allí en Nueva York, tras vencer la resistencia que el
notable virtuoso Louis Moreau Gottschlak, tenía en contra los niños precoces,
se logró que este virtuoso de piano la oyera. Gottschlak, más que un maestro
fue un consejero. La oía de vez en cuando, le hacía indicaciones y la orientó a
un estilo brillante, de transcendencia virtuosística y le recomendó las piezas
de gran notoriedad de ejecutante. De la misma manera más tarde, recibió
consejos más que lecciones del gran Anton Rubinstein, quien le indicó el camino
de la música estricta. Cuando conoció en 1868, es este célebre pianista ruso,
Teresa Carreño era una bella muchacha de quince años de edad, pocos años antes
había logrado ser oída por el más notable virtuoso del siglo pasado, por Franz
Liszt, quien le ofreció guiarla, siempre que se trasladara a Roma. Las
circunstancias económicas lo impidieron. Pero la más decisiva influencia
musical Teresa la recibe de su tercer esposo, Eugene Francis Charles d’Albert.
Este pianista alemán de origen escocés y de nombres francés, gozaba de fama en
su época, como sobresaliente intérprete de los clásicos, de Bach y Beethoven
preferentemente, y de Liszt en el más alto virtuosismo. Ejerció influencia
positiva sobre la Carreño. Puede decirse que en la carrera de gran pianista
auténtica viene desde su encuentro con d’Albert, quien le impuso disciplina música
y le fijó derroteros de grandezas.
Venezuela honra a la hija y madre ejemplar. Tuvo
siempre problemas económicos. La responsabilidad del sostén de los suyos, de
sus muchos hijos, a veces la angustiaba. Casó cuatro veces. El primer esposo,
Emile Sauret violinista displicente, la abandonó antes que naciera su segundo
hijo; luego se unió con Giovanni Tagliapietra, temperamental cantante, quien
participó en las aventuras de la Carreño como cantante e incluso como
empresario de ópera. El tercer marido fue el pianista d’Albert, a quien Teresa
adoraba, de quien se divorció. D’Albert continuó su vida sentimental hasta
completar seis matrimonios. La felicidad que anhelaba parece que Teresa Carreño
la obtuvo en su cuarto matrimonio con Arturo Tagliapietra, hermano de su
segundo esposo, quien le cerró los ojos en Nueva York, el 12 de junio de 1917.
Venezuela honra a la artista excelsa que paseó brillantemente
el nombre de Venezuela por una y otra ciudad, por este y por aquel país. Que
fue saludada con admiración por los más exigentes genios de la época, por
Rossini, Gounod, Berlioz, Grieg o Brahms. Le rinde homenaje tardíamente, pero
al fin la exalta y sitúa sus restos en el lugar de veneración que le
corresponde entre los Grandes, porque ella fue un Grande de Venezuela.
* Crítico musical
** Compilamos el texto escrito por Eduardo Lira Espejo con motivo del acuerdo del Senado de la República de Venezuela, por medio del cual decide trasladar los restos de la artista venezolana al Panteón Nacional. El Nacional, 18 de octubre de 1977.
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